SONETARIO
No he sabido
decir para alcanzaros
ni proclamé soñar en disidencia.
Cometí un gran pecado: la
prudencia
de no ser pesaroso y no cansaros.
Me miran con
desprecio los ignaros
y los cultos me acusan de
inocencia.
Yo me abandono, al fin, a la indolencia
de ser velada voz entre los
raros.
Ni aspiro al
patrimonio de la fama
ni me vence la intriga del
dinero.
A la luz del silencio me reclama
la sombra de la luna en el
sendero
que me alarga al olvido y se
recama
con un amor humilde y verdadero.
Enseña soledad
la vida luego,
aunque al amor estimes y al
amigo.
Si en el primero esperas, ya te digo,
verás tu vida arder en alto
fuego.
¿Cultivas la
amistad? Hermoso riego
que tal vez alimente a un
enemigo.
Si quieres vivir bien, vive
contigo
buscando el acomodo en ese juego.
Depende
solamente de uno mismo
tal desierto cruzar siempre
inclemente
sin pararse a pensar en el
abismo.
Acepta con
sosiego que la gente
resiste encastillada en su
egoísmo,
y pasa por su lado manamente.
¡Qué fijeza
tan dulce en la pupila,
si mirara tan solo por mirarnos
y en un juego de amor
acariciarnos
con azulado gozo que encandila!
Pero es otra
la causa que la enfila,
es la lección dictada sin
turbarnos
acallando el deseo sin callarnos,
igual que con la sombra se perfila.
Qué dibujo
traidor, qué luz malvada,
qué complacencia baja y
encubierta,
que con mirar la luz, la luz no
acierta
a dejarse mirar ni ser mirada.
Como en juego de amor se cita a
ciegas
y alcanzas lo que quieres o no
llegas.
Considerando
ahora, mientras puedo,
que no me queda infancia en los
bolsillos,
que se me han desgastado los
anillos
a fuerza de llevarlos en el dedo;
considerando que quedo me quedo
en un redoble gago de palillos
con la puerta pegada a los
nudillos
de un destino negado, y que no
heredo
ni joya ni papel ni plata alguna;
considerando apenas lo que he
sido
y tanto que no fui, considerando
que ya voy viendo cerca la laguna
y su humedad me deja resentido,
lo que salvó la vida sigo
amando.
Prefiero del
amor la compañía,
el café compartido a media tarde,
y la noche serena sin alarde
de la pasión que sí quemar solía.
Y prefiero esa fe que entiende
mía
la fuerza de otra mano en la que
arde
un coraje tenaz, menos cobarde
que cuando el aire todo se
encendía.
Ahora que ya solos nos hallamos,
el uno junto al otro, y nada
queda
por hacer, sino ser vida,
prefiero
esta comunidad donde tasamos
el día más sencillo con moneda
de curso regular y andar ligero.
Procede de la
tierra el pensamiento
y hasta ella el horizonte se
derrama.
A ella se reduce cuanto se ama,
el bien, el mal y el tímido
contento.
Es tierra lo
que deja atrás el viento,
ceniza detenida que fue llama
tan luminosa como el sol, el ama
de todo nuestro ser. Lo demás,
cuento.
Y si a su ley
nacimos sometidos,
a nuestra ley la hicimos
semejante.
Sus designios nos hallan
encogidos,
pero nuestra elección puso
delante
la gloria de pensar y dar sentido
a un torbellino atroz y
fascinante.
Es libertad andar con uno mismo
sin mirar a este lado o aquel
lado,
dejándose ocultar en despoblado,
sorteando la senda del abismo.
Es
desear la ausencia, sin cinismo,
de ese yo que los otros han
formado
y morir para ellos, suicidado
en la gloria de ser puro yoísmo.
Y
así tejer un tiempo para uno,
un espacio a medida, sin tiranos,
olvidando el peligro y la
premura,
viviendo con lo poco y oportuno,
gozando con los ojos o las manos
el regalo fugaz de la hermosura.
Últimamente
extraño lo que he sido
y me recuerdan otros mi pasado
con pelos y señales figurado
en el teatro mudo del olvido.
Acepto
sin embargo este descuido
por no desenterrar lo más
llorado:
lo que ya se entoñó no da cuidado,
si no acude forense entrometido.
Es
el sol del momento lo que importa:
sobre el haz de las hojas la
dulzura
del instante, el brillo de lo ciego.
¿Hacia dónde
mirar, si ya se acorta
el espacio que aleja sepultura,
y el tiempo se hace escaso y sin
sosiego?
Enseñan
los estoicos a morirse.
Lo dice Marco Aurelio guapamente,
con elegante voz. Yo siento el
diente
del roedor fatal sin descubrirse.
Los
cristianos vocean que lo de irse
es un paso feliz hacia el
Naciente,
mas no verás cristiano sonriente,
sino su mueca atroz, antes de
abrirse.
La
muerte se improvisa cuando llega,
no andamos ensayando ese sainete:
se te aparece un día y se te pega;
en la cama, tranquila, se te mete
y, cuando estás jodido en esa
brega,
te ordena sin excusa: ¡Calla y
vete!
Pero el pasado
pesa en este instante
y en cada condición de mi sentido.
A mis ojos les dicta lo que he
sido
y a mi tímpano su timbre chirriante.
Yo sé que lo que escucho es el constante
lidiar de mi razón y el tiempo
ido,
la sensación de ser en el olvido
que acumula en los bajos lodo
andante.
Y en cada
encrucijada donde piso
y en el vuelo fatal de cada hoja
se me cuela despacio, sin permiso
cuanto guarda el pasado sin que
escoja
apenas mi deseo, ya insumiso,
entre la aurora blanca nieve
roja.
Has cumplido sesenta y ha cobrado
un imperio la arruga por tu cara.
El tiempo te golpea con su vara
y apunta en sus haberes lo adeudado.
A rico, desde luego, no has
llegado
ni la fama te dio cátedra rara.
Aumentan en tu ser volumen, tara
y la carga de acíbar. ¡Vaya un hado!
De amores, me parece que no
hablamos
pues al desdén cayó el afán inerte.
Por oscuro camino ya nos vamos
con vino consolando. Detenerte
no puedes ni soñar. ¡Fúnebres ramos!
¿Qué queda para ti sino la muerte?
Era tu gusto entonces hacer el
gusto ajeno,
obedecer las órdenes, lavarte con esmero,
aplicarte en la escuela para ser el primero,
y decir la verdad con el rostro sereno.
El campo en que crecías, estrecho
y sin veneno,
lo plantaron los otros. Su tétrico lindero
te parecía bosque con árboles de acero.
Eras lo que se dice un chiquito muy bueno.
No rezas por la noche. Ya te
cuesta dormir.
No sueñas con princesas. Te tomas la pastilla,
el letargo te invade y dejas de sentir.
Ofcias tu trabajo, te sientas en tu silla,
hojeas el periódico... Y siempre es consentir
dejándose llegar a la secreta orilla.
Mientras mudo el ciprés su sombra
llora,
se ha dormido la luna en la ventana
cuajando en el alféizar nieve o lana
de un rebaño de luz embajadora.
Como un
sueño cautivo hacia la aurora
del ansia sin remedio limpia y sana,
con la lunar certeza se me allana
la cima del dolor en esta hora.
Entre la
tempestad abre alborada,
cuanto más a lo ciego el aire hieres,
la dulce plenitud de la mirada.
El oscuro
equilibrio de los seres
en la penumbra sin remedio nada
iluminando apenas lo que eres.
Soneto me ordena que escriba
tajante mi dama serena.
Me niego a contarle la pena
que, acaso, en palabra reviva
su triunfo. El amor es cadena
que orgullo provoca en la altiva.
Por eso, me callo cautiva
la voz que suscribe condena.
Su gusto no acato y me avío
poema que a solas profiero
lejano de todo gentío.
Mandarle el soneto no quiero.
Renuncio a decirle lo mío,
dejarla a la espera prefiero.
En esa
claridad de los abrazos
que se ceba en la luz del sentimiento,
con fúlgida tensión se hallan los trazos
del resplandor desnudo del momento.
Caída de la
sombra de unos brazos,
la penumbra conquista el pensamiento,
estrechando en el cerco fieros lazos,
asfixiando en lo oscuro algún tormento.
¡Qué
reclamo el calor allí escondido!
¡Qué fronteriza espuma o flor de arena
en la playa de un cuerpo recogido!
¡Qué dulce
esclavitud es esa pena
de buscar el cobijo y no hallar nido
cuando el amor, furtivo, te encadena!
Antes de que en el valle se derrame
la gris oscuridad amortecida;
antes de que se cierre la
partida
y al jugador la muerte lo reclame;
antes que el corazón se pare, infame,
y crezca madreselva dolorida;
antes que los sentidos nieguen vida
o el juego del amor ya no se ame,
dejo donde encontré la flor celosa,
si el tiempo, tan efímera, la mata.
Consuelo no hallaré donde se hallaba.
No sirve almacenar cosa tras cosa.
La perdida memoria se delata
en la fuga fugaz que se fugaba.
Quizá tenga
razón el que desdeña
a la vieja y doliente Poesía
cargada con sus versos todavía,
cautiva en el palacio en que se empeña.
Quizá de
aquel gran bosque se hizo leña
y un desierto creció sin alegría
desde la voz que oyó lucir el día
y vio serrarse el sol contra una peña.
Allí donde
con hierro el aire labra
hasta emanar un mundo de la frente,
ya cierre los sentidos, ya los abra,
acaso sea sonido solamente
lo que el poeta escucha, no palabra,
liviano como el agua de la fuente.
Prospera entre
la bruma espíritu malvado,
en el daño que acecha se alimenta y se crece,
trafica sin dudarlo con el dolor callado
y embrolla sus errores y el pago que merece.
Desdeña la
razón, si no está de su lado,
y trata con el miedo de alzar lo que apetece,
negándose a aceptar lo justo y acordado,
cuyo respeto al hombre eleva y ennoblece.
Quien más
lo vitupera más adora en su ara,
desdice con acciones lo que en su boca reza,
y de la hipocresía es símbolo su cara.
¡Alerta!,
si se ufana de fraternal llaneza,
si humilde admiración su boca te declara,
si diciendo: “Te quiero”, te ofrece su dureza.
En esta
soledad que crece al viento
y ahonda la amplitud de la mirada,
la palabra declina sofocada
como la flor destruye el pensamiento.
Amparado en
silencio, ¡tanto aliento
desdice el corazón!, como si nada
reflejara la vida arrinconada,
negando su canción o su lamento.
¿Dónde se
irá a buscar la vieja rosa
quien andaba tejiendo su hermosura?
¿Cómo verá el color, si cada cosa
desdice con la voz tanta premura?
¿Qué será del dolor que el tiempo adosa
en la encorvada espalda que madura?
Cuando el silencio, Máximo, se
posa,
como un pájaro mudo sobre espino,
en el hueco cansado del camino
y en la esplendente luz que hace la rosa,
y cuando nada añade el que reposa
doliente sobre piedra del destino
a la canción fugaz, dolor o trino,
que en la boca creció limpia y jugosa,
¿qué salvará la voz de cada día?
Se irá el acorde mustio abandonando
su sonido hacia el mar sin alegría.
¿Recuerdas aquel pájaro cantando
tan solo por cantar? ¡Cuánta osadía
a solas, en lo oscuro, celebrando...!
Sírvenos de tu jarra amable vino,
muchacho que aún ignoras cierta pena
atada por el tiempo a su cadena,
marcada como huella en el camino.
Sírvenos otro sueño del destino,
un regalo de luz grana y serena
para romper la sombra y su condena,
olvidando en el júbilo el espino.
Déjanos en el vaso primavera,
la que llevas atada a la cintura,
una miel que no sabe por qué espera.
Bebamos ese sol de uva madura
anegados de vida verdadera
para cantar la nuestra que no dura.
¿Puedes
guardar en caja el viento,
el que ya se llevó cuanto querías?
Las hojas de la infancia: fantasías
en tu imaginación Ay,
tonto intento.
Mira tú si
frenando vuelves lento
su discurrir presente o si podrías
atrincherarte desafiando días
y más días al sol en movimiento.
El tiempo
es espejismo que soñado
se instala en el camino de los hombres
haciéndoles señales que dan miedo.
Vayamos con
el sabio, acompasado
el paso al pensamiento. No te asombres
si andando siempre va el reloj acedo.
El aire transparente y luminoso
era aquella mañana de febrero
y el espejo del río, ¡tan gozoso!
Lucía chiribitas el sendero.
El sol como un regalo mañanero
me acercó a la ribera, jubiloso,
con amigo feliz de compañero.
Mirábamos un ánade verdoso
cuando pensé en Guillén, por un momento,
sentado en un sillón no tan beato,
No subió la marea. El pensamiento
me dejó disfrutar discreto un pato.
Cruce un puente. En la ínsula contento
del Duero penetré. Bendito rato.
¿Quién les fue a dar la vida
hermosa
y los creó tan bellos y tan sanos?
Les ofreció al alcance de la mano
hasta el dulce perfume de la rosa.
¿Qué mente retorcida y ominosa
les entregó el sentido para vano
placer, con un pesar arcano
al recorrer la vida fatigosa.
¡Qué canalla! Dejarles conocer
lo más sagrado y limpio sin reparo
y luego condenarles a saber
que nunca se debe poseer
lo que un mal dios cruel y avaro
les impuso taimado no querer.
A mi no me habla dios. ¡Ay, si me hablara!
A quienes les habló no estaban cuerdos
o mintieron, sin duda, cual socerdos.
Eran todos profetas. ¡Qué preclara
intención! Cuando un majara
les comía el cerebro a tantos lerdos
alegando de un dios dulces acuerdos
para dorar con oro la vida que adorara.
No pretendas que te hable ningún dios.
Si quieres dialogar cómprate un can
y no esperes de dios hasta el adiós.
No te comas la mosca con el flan
ni confundas el uno con el dos,
cuando oigas venir el tararán.
No estoy aquí ni estoy allí, contigo.
Me separa el amor en dos mitades:
una se sume en secas soledades
y la otra muda queda aquí conmigo.
Ni pongo a la tierra por testigo
ni reclamo a las olas humedades.
Me arrebataron tiempo las edades,
como un dios al pairo y sin amigo.
Entre la paz la soledad ardía.
En medio de la guerra se quedaba
helado el corazón por la mirada.
Y cuando más la vida me vencía
la muerte más vencida me encontraba,
en dolor adormida y entregada.
CON
ESTRAMBOTE
No es
indiferencia, solo hastío.
Me
cansa la discordia y el tumulto.
No
deseo escurrirme tras el bulto
Ni
dejarme atrapar en otro lío.
Que no
sé comprender, aunque porfío,
La
razón que los mueve a tanto insulto.
Será
seguramente por su oculto
Paquete
de ambición...Y desafío.
El
miedo del poder tan corrompido
Es hallarse
en la cárcel, tras las rejas.
Aforado
el ladrón es protegido
Con
toda su ralea bajo tejas
Que
cubren la basura sin sentido.
Cuánta
mierda, señor, entre las cejas.
El
círculo por fin es ya cuadrado.
Demócratas
golpean el Estado.
SATÍRICOS
Palabra ando
buscando que defina
tanta soberbia en carne amontonada,
pues Máscula mujer es tan implada
que al más fiero varón mira y domina.
Más erecta
que polla libertina
en su rigor, sostiene ajamonada
imponente fachada acartonada
con fiereza sañuda y masculina.
Despótica
resuelve una cuestión
por una en minoría y a destajo
se extiende sin ambages su opinión.
Mayúscula
su voz no halla relajo
y en la sala no encuentra oposición
doña Concha González del carajo.
Con sueños
de cinema y alharaca
se conchaban Concha y su locura.
¡Qué delirio! ¡Qué ardor! ¡Cuánta ventura!
¡Menuda estupidez! ¡Vaya matraca!
Mas
Hollywood jamás leyó la opaca
novela de Pitucha, que sin cura,
pues es la condición de la ventura,
sufre de la vesania que la ataca.
Se imagina
de estrella enamorando,
por Cópola invitada, y en su mira
lo acata por verdad y anda contando
que se nos queda aquí, porque delira
en este garbanzal de Villalpando
por culpa de un tomate que le tira.
Qué tomate este nuestro, me contaba.
Me pareció que le escurría baba.
La mística
prosodia practicaba
aquella clara monja del poema.
¡Ojalá que lo duro del fonema
limara de lo borde la rebaba!
Más agria
en lo más largo de la cara,
los ojos de lechuza para gema
de un ladipario soso y en esquema
una sonrisa turbia por la cara.
Tradujo del
hebreo y del malayo,
del checo, el albanés y el esperanto,
del mandarín y helvético otro tanto.
Y a tanta
traducción le hacían sayo
cien negros que lidiaban con la mula
famosa porque crea cuanto emula.
Este Jesús
que niño se procura
y losa da pesada a la existencia,
bien como niño agota la paciencia,
aunque ya entinte canas su figura.
Entre
ademán y mueca no halla cura
que descanso le dé a tanta lindeza;
porque, lindo y Jesús, por claustros reza
cuando descubre púrpura bien dura.
Después de practicar funambulismo
y de amagar lo indio en las especias,
de político entró al Ayuntamiento.
Mas quien
lo viera allí, viera lo mismo
que en La jaula de locas, menos necias,
pues querube gozó en ayuntamiento.
(Para placer y goce de la república)
La cosa excrementicia fue la esencia
de su seria y tristísima palabra.
¡Cuidado con la fosa! No se abra
y regrese del frío tal esencia.
Nunca se
hallara alegre. Su presencia
inspirara la voz abracadabra
y, si tiraba al monte tras la cabra,
fue por ser asadura en su sentencia.
Estos
versos tan ruines le dedico,
lúgubres sí, mas no por ser él muerto,
que frío en sus humores aún se cuaja.
Pulla
serán, pues ya jabón y pico
en turbia lavativa pasa puerto
y acaso algún gorrión ponga la paja.
Un tal Simplicio confesaba un
día,
poeta por las musas nunca hallado,
ser tan original y desusado
que a nadie por maestro conocía.
Supino era su orgullo, su osadía
rayaba la estulticia y el pecado
de perfecta ignorancia: tan colmado
hallábase Simplicio en su manía.
Un vate viejo que batía fino
al joven afeó tanto descaro,
mas éste respondió como sin tino:
-En lecturas ajenas no me paro.
-Entonces no sabrás si tu camino
por otro fue pisado, niño ignaro.
(ADIVINA ADIVINANZA)
Por interés compuesto Mari Lía
al arrimo del bueno se arrimaba:
que la fama en la fama se guindaba
y el dinero en dinero se cogía.
Y así se esclareció su fantasía,
tan dura en su matiz como una taba,
tan tonta en su cariz como la baba
que al bobo adoba el labio noche y día.
Admiro, Mari Lía, la constante
tarea que te mueve en arduo celo,
esfuerzo que te tumba y por delante,
cual Cronos impotente, contra el suelo
te mete tanta tunda tan tonante,
mientras tú celebrando estás el cielo.
Gelito, con
la suerte no flirteas
a juzgar por lo poco que le ganas,
pues vas peinando ya severas canas
y de ser pura nada no te apeas.
Será porque
el asunto no meneas
con gracia y con soltura cortesanas
o será que no lames entre panas
lo que debe cogerse cuando meas.
Confórmate,
majico, con lo tuyo
que es abonarte al día que te lleva
y ser brizna de hierba o pobre yuyo.
Olvida ya
la gloria, no te mueva
capullo de lo poco que no es suyo
y advierte que en verano nunca nieva.
(FÁBULA)
Un perro viejo percatose un día,
al hallar toda esquina ya meada,
que la jodienda le era arrebatada
por tanta competencia como había.
Aquí pongo una gota, se decía,
con esperanza firme y denodada
y allá que va la otra destilada
en furia más ardiente todavía.
Se vació el buen can lleno de
anhelo
y con tesón marchito pero altivo
repartió por doquier todo su celo.
En provincias se ve poeta divo
que orina en oficinas con desvelo
por medrar en cultura putativo.
Para hablarnos juntáronse
doctores,
con excusa de tapa y de buen vino,
de Catulo, Marcial y algún latino
más, y allí fue todo arrimar loores.
Jamás Ausonio derramó más flores
ni Horacio anduvo en halagar más fino,
que aquellos en sus loas tan sin tino
al oído de pobres pecadores.
Mas no elogiaron tanto a los
pasados
ni al caldo allí servido sin reserva,
aduláronse a sí no recatados.
Y como Juan Palomo su minerva
guisáronse felices y adobados
con jugosos latinos en conserva.
Tres tipos de escritores hay,
señores:
Primero, los que escriben sin pensar.
¡Qué desatino! Cuando dicen mar,
dónde andarán nadando soñadores.
Segundo, los que escriben estertores
mientras sufren ahogos sin tomar
la precaución debida y cautelar.
Revuelven la verdad y los errores.
Alguno en el magín anda apandando
la fortuna que encuentra y hace suya
aquella que a su imagen contribuya.
Luego cual cocinero, salteando
lo ajeno no sentido, nos ofrece
lo que muerto su autor nada merece.
No es nuevo que la vieja se
resista
a envejecer y entinte pronto cana
o encale con cemento la badana
para asfaltar del tiempo ajada pista.
Marcial, Quevedo y otros a la
lista
añaden sus cartuchos en canana
afeando costumbre cotidiana
con palabra mordaz o realista.
Mas hogaño se estiran con descaro
las viejas y los viejos tanto el cuero
bruñido por el botox sin reparo
que brillan como láminas de acero.
Enfúndanse colmillos y no es raro
hincharse lo que cuelga con esmero.
He comido lentejas y no suelo
decir lo que he comido a troche y moche.
No gusto de lentejas por la noche,
por si acaso me hincho y me desvelo.
Como comer lentejas, y no es
celo,
fuera conversación, ¡vaya derroche!
Si tal conversador no es un fantoche,
que lo aguante su dios allá en el cielo.
Señores comedores de lentejas,
declinen platicar de su legumbre
y respeten el dicho, si las
dejas.
A las de Armuña manden a su lumbre,
que llegarán los gases a las cejas,
si hablar de las lentejas da en costumbre.
Aplíquense otro tanto
homosexuales,
que garlan lo que tragan a raudales.
BOTÁNICA LECCIÓN
Florecicas de
mayo, ¡vaya aventura!,
al alba
tiritando bajo el relente,
al mediodía
fiero, tan de repente,
sufriendo como
enfermas la calentura;
florecicas de
mayo, cuánta hermosura
entre la hierba
nueva, mar inocente,
regalando el
silencio resplandeciente
y el milagro
sereno de la frescura,
revelad a los
hombres lección callada,
que sepan por
vosotras, si aún la ignoran,
la belleza
terrible que da la vida:
juntas van de
la mano la gloria y nada,
juntos dolor y
risa; si se enamoran,
juntos vivo
placer, la calma herida.
CLAVELES
Claveles, si
más nuevos más perversos,
bajo la edad
del hielo recogidos,
desvaneciendo
antojos atrevidos
se recrean en
labios menos tersos.
Claveles que a otra edad iban inmersos
en mares de
pasión y guarnecidos
por un sueño de
amor, hoy embebidos
en la hondonada
oscura de los versos.
No advertimos el tiempo derramado
ni el caminar
que del amor se olvida.
Miramos el
color, nunca el cuidado,
pues la mirada
en rojos encendida,
cuando todo en
la noche se ha apagado,
alienta de
reojo aleve vida.
RAPÓNCHIGO
Quien se fijaba en ti bien entendía
la orillada
pereza de las flores
humildes en
perfumes y colores
en la empinada
luz del mediodía.
Quien de ti se fiaba consentía
dorar la
claridad entre dolores
por el barranco
de los sinsabores
y ser
agriluciente melodía.
Entre la multitud la mala suerte,
por la esquina
del campo sin veneno,
racimo de
campanas, te ennoblece.
Belleza que en los sones de la muerte
celebra como tú
canto sereno
más que la rosa
misma resplandece.
SERRÁTULA
Si con espina en púrpura crecida
traidora da al
dolor pétalo suave,
si muestra su
hermosura donde cabe
con gloria del
color cruel la herida,
si en laderas de pobre anda crecida
su agreste
tiranía, si se sabe
que deseo es
mayor, cuanto más grave,
flor será del
amor y de la vida.
Flor será del amor y del tormento,
flor del ansia
que pierde su reposo
en busca de
caricia obsesionada;
flor de la
soledad en el momento
que el destino
te pincha doloroso.
De vida será
flor acostumbrada.
AJITO SILVESTRE
Nívea cabeza erguida, deliciosa
a los ojos que
observan sin rozarte,
el artista hizo
en ti feliz el arte
de ser
pulidamente caprichosa.
De estrellas
encendidas nebulosa,
de los lirios
pariente, cuánta parte
de su altivo
esplendor pudo dejarte
Natura con sus
hijos generosa.
Pero imprudente aquel tendió la mano
queriendo
capturar para sí entera
toda la
primavera en ti crecida.
Y en sus dedos quedó simple el arcano
que apestosa
guardabas hechicera:
ajo de vieja
dueña revenida.
NAZARENOS
Para el final de marzo venturoso
ya teje de
morado la pradera
bordándole
mortaja a un dios que espera
resucitar de
nuevo jubiloso.
Nazareno es el pobre y, oneroso,
en hueste
uniformada se entrevera
mostrando sobre
el pasto primavera
cuajada en el
color más doloroso.
¡Qué frágil en el frío todavía
de la helada
tardía su racimo,
tanto más
cabizbajo cuan severo
el clima lo
fustiga! Pero ¿habría
hallado en
soledad algún arrimo
quien sólo en
multitud se alza señero?
ROSA
Si quien la
vio encenderse como llama
en ella
comprendió que el tiempo aciago
la despoja del
pétalo encarnado
para juntarle
otoño en blanda lama;
si admiró en
sus rincones cuanto se ama
con júbilo de
un ser hiperamado
y un resplandor
allí halló embozado
que en su
centro la luz viva proclama;
si del amor es
símbolo ilustrado,
la medida y sazón
de la belleza,
el ser que no
será sino en el alma,
¿cómo no verla
aquí, milagro atado
a la otoñal
retina, ya tristeza,
más ocasión de
llanto que de calma?
HINOJO
Al igual que
un colono en tierra mala
sueña con las
riquezas atrevido,
en su orilla,
en su yermo y en su olvido
sueña un
perfume que sereno exhala.
Porque no esconde olor, esconde gala,
y lo arroja a
la tarde entretenido
con hormigas
celosas y el zumbido
del abejorro
negro y de su ala.
Y, cuando ya el calor seca el terreno,
estira el verde
intenso de su hoja
encañada de sol
atomizado,
para criar en
él su don más bueno:
el grano que
nos cura de congoja.
Lección de
humanidad nos da callado.
ABEDUL
De la montaña
al llano para jardines
te bajaron los
hombres, al llano seco,
y en verano no
aguanta tan rudo hueco
tu raíz
condenada a tales confines.
Quieren aire
delgado de serafines
y humedad
delicada tu verde fleco
y los dedos que
escondes junto a ese eco
de arroyos y
nevadas como maitines
de primavera.
Respóndeme sin miedo,
árbol ajeno de
corteza encalada,
¿bajo tu sombra
dulce quedito, quedo,
me dejarás
tumbarme pensando nada
cuando exprima
el verano su llanto acedo
soñando los dos
solos tierna vaguada?
C ORRIGÜELA
Celebro,
corrigüela, tu blancura
con todo el sol
tranquila en el camino,
pues tu
esplendor humilde, de tan fino
me contagia la
paz y la cordura.
Es natural que
corras tanta anchura
del campo
matinal. Ese es tu sino.
No quieres
revelarte a tu destino.
Te entregas a
la noche sin premura.
Tú me gustas
así, sencilla y bella.
Extiendes por
el campo un firmamento
de humilde
resplandor, pequeña estrella.
Quiero ser como
tú, blanco momento,
en que la boca
se serena y sella
para acallar, al fin, el descontento.
ESTRAMONIO
A la tierra en
que nace se parece.
Del escombro en
que surge, su veneno
destila la
raíz; guarda en su seno
el mal y la
sustancia con que crece.
Y aunque su
flor tan blanca no merece
desprecio ni
sus hojas, poco bueno
escapa de su
fruto todo lleno
de un sueño
soterrado que envilece.
Alguno que
conozco se le iguala,
pues ofrece su
flor viva belleza
y visten sus
palabras suave gala.
Pero también
creció entre la maleza
y su cimiento
fue ralea mala,
aunque pretenda
en Roma la nobleza.