ESPIRALES, Zamora, 1980
Premio CIUDAD DE TORO de la FUNDACIÓN SAÑUDO BARQUÍN BARSA 1979
En Ceuta, entre 1978 y 1979.
APRISIONADO GRITO
Pero no crece ni ilumina
el resplandor último.
Pardo engaño, los suspiros finales
sobre el virgen aroma de los nardos.
Ni importan las magnolias en la noche purísimas
ni el tiempo amurallado entre huesos noctámbulos.
Tampoco aquel balcón: los ojos cariñosos
en despedida siempre y en tristeza.
Si regreso, apenas ya me encuentro los labios ateridos;
entre llaves inglesas prisioneros los dientes.
Decrecen los crepúsculos; en fuga los encuentros,
pero aúllan las torres de iglesias en la sombra.
Las torres apagadas sin viento y sin veleta.
Las torres tan sombrías.
En la grasa enlutada de un alba envilecida
chirrían como ruedas,
gibosos y deformes,
los llantos imposibles.
Arácnidos
de azúcar me alcanzan y me vencen,
venenosos, y apuran el extremo del vapor sobre el agua,
cayendo el sol al río y a la tarde,
lumínica insistencia del vaho arrepentido de una fuga,
que orquesta la fanfarria de hojas otoñales.
Y ya vivo en el susto, pero ignoro mi ser,
aunque lo temo y sé
que liban en mi sangre los insectos.
El juego de
las nubes sonrosadas
atrae a otro camino,
mientras tejen la voz la noche y sus contornos.
Y ya llega, desnudo. Con los brazos abiertos lo recojo:
aprisionado grito. Trepando por el vientre,
el corazón agudo lo celebra.
Se abrasará después en la congoja.
Una silva salvaje se compone
donde los faunos jóvenes, piruetas en el aire,
buscan a cada ninfa que danza entre los álamos
con la música húmeda del collar de los besos.
La cima de
la dicha está junto a los labios:
y grito aprisionado por amor,
mientras se rompe el mundo.
EL JUEGO DE LAS
ADORMIDERAS
(Movimiento primero)
Al fuego, en la penumbra, de
latidos
inmundos, de esa cárcel perpetua, escapa,
inunda la mansión de la huida.
Cabecea en la dicha con ilusiones frescas
que penetren
donde no alcance el
ojo. Cae
de tu figura pizarrosa, envuélvete
de lejos
en los ropajes blandos de los colores
y en la música blanca del azúcar.
¡Secreto!
A gritos dices.
Acurrucado luego dejas caer los brazos,
te detienes.
El corro de soles te rodea
y canta solo uno. ¿Ves tanta luz?
Anda, baja, atrás un manto ardiente
como de rey soberano queda
tendido.
Al fondo, te venderán ceguera.
Con grapas de tierra maltratada
surcos llena el estupor.
Tinta a granel de sombra,
cuando en el ritmo
se alcanza el infinito,
en los intestinos del universo se derrama.
Con frenesí de besos, las lágrimas fenecen.
Se te entrega tu reino
con lágrimas robado.
(Movimiento segundo)
Con ascuas de color violeta
resuena su martillo atronador,
vibran las rejas de mi cerebro
se resquebraja el brillo de la noche enlutada.
Y de nuestra colmena ora ascienden
dudasalrespecto, siembargos zancudos, enfines,
cosas de locos, secretosaloído,
viejos chismes de viejas tempranas
al brasero del cisco eternal,
ora enloquecen:
juntan albergues de odio chapurrean blasfemias,
gritan hostias más tarde.
Se deslucen.
Barro, barro para dar, al cabo,
hombres como hormigas excelsas.
Sacuden las alfombras, mueven muebles,
Menean escorpiones
de apocalipsis dibujada.
(Movimiento tercero)
Cual filodirigido en senda
hacia el metal
es mi dolor ahora hacia su vientre, pero…dulce,
yo que esperaba canciones y murmullos
tendido boca arriba al sol,
como los mimbres.
Notas pretéritas o próximas, no sé,
de una galaxia joven, sonando el infinito,
notas plateadas,
o sabias, notas como cristales:
de pura transparencia
bajo un sol perfectamente azur,
notas celestes con que adornar
las macetas de flores de un patio infantil,
los geranios en flor, los rosales
eternamente perfumados, los claveles
dejándose caer dulcemente
en sus rojos, morados y blanco entreverado,
los rosales sí que trepaban
por la columna aquella de imposibles.
Pero en invernadero
los últimos trigos de secano
las guadañas tardías esperan al ocaso.
¿Acaso quieres sangre?
Como las nubes esas
que apuntan con su espigón
directas al infierno, enrojecidas.
Pero tú, que sólo eres mi amigo,
no dejes que el estiércol permanezca inservible,
si se pudren los hombres en sus heces
de una manera tonta, muriendo
por vivir pinchando un globo
con la necesidad nadando por las venas.
(Movimiento cuarto)
Los pasillos a mares, con galerías húmedas
de lágrimas exhaustas, no de orines ni de ratas,
me conducen a las bellas alcobas de lo imposible.
Mientras cielos irisando los ojos
penetran en las viejas casas del poblado
agudizando el atardecer.
Allí rizan sus sienes mujeres hilanderas
caídas de Velázquez
dispuestas al combate
de fecundar la noche.
Y las fuentes de semen en manantiales hondos
garlan en las esquinas
Cabriolean sin dicha niñas desnudas
y bailan las mozas, el flujo reteniendo
a la espera del doncel perfecto
en pólderes individuales
y los mozos sin sonrisa de afecto
apresan su presa y vuelan al trigal.
El cielo de rayos impermeables,
los mares en perlas anónimas.
Sin la paz en los labios
liban los belfos de
acuarelas sonoras
zafiros en desencanto.
Los altares del sueño caen una vez más.
(Descartes elevó al científico a legislador absoluto, no
como individuo, sino como profesional. Al convertir al hombre en una máquina
hecha por la mano de Dios, convirtió tácitamente en dioses a los que eran
capaces de construir máquinas. LEWIS MUMFORD)
(Movimiento quinto)
Cuando la
hoja se mece extrañamente
y la lluvia llena de charcos las carreteras vacías,
entonces se perfila
un otoño límpido y clarísimo:
diáfanos ocres bajo el azul
y el mar,
mansedumbre de bueyes paciendo en prados infinitos
-el recuerdo-.
En la cumbre se advierte
otra inmensidad.
Allá en el fondo, mirad,
las leyes del sable cetrino
fenecen en la intriga.
Más tarde ¿reventarán de odio?
Pero las hojas caen, mientras
noviembre asciende lentamente.
Desnudos sus senos,
la muchacha nos abraza a todos.
Nos ama más esta nueva mañana.
Las olas de la vida, aun cubierto,
marcan en el arrecife
signos de espuma.
NARCISO MUERTO
Caía entre
los versos de espuma en el torrente,
aurora todavía y bello
como un dios.
Como la nieve, nórdico,
de aquel volcán Sneffels, allá en Islandia,
al borde de la tierra, al límite del tiempo sostenido.
Pero caía ardiente, enamorado,
con espuelas de abismos infernales
arrasando la senda de helechos renovados.
Caía alborotado en giros, todo plata,
trémulo al contacto del agua
que una imagen de juncos devolvía.
De sus labios brotaba
la flora incandescente de los sueños,
y era su paso alado en las nubes del norte
que bucles en el sol tejían para adornar su rostro.
Conspiraban las horas con Eco en la montaña
buscando la esmeralda de aquel mirar amado.
En una mezcla hermosa de oasis y de médanos,
dibujaba su cuerpo el sol sobre la playa
y peces descosían con sus saltos
los cálidos espejos, jugueteando al borde,
cual amorcicos ciegos, del tibio resplandor de sus pezones
rosas.
El agua
acariciaba olímpico corcel
en música bucólica, el pubis cálido,
torbellino en remanso que al jinete
por los tesos cubiertos de encinas
resueltamente daba su sustento precioso.
Perito de humedades lívidas,
de sendas inexploradas, de catedrales góticas donde, como
inexperto y tímido espeleólogo,
socava iluso en vano,
al encuentro, insomne y encerrado,
del mito de Afrodita,
con plumas de golondrinas adornado.
A aquel
brocal tendía del pozo solitario
su brazo displicente, su cuello desbocado
y, taladrado en sombra,
suavemente se hundía
en la esperanza infiel de su figura.
Y al final se caía
el ámbar de su mano al fondo del espejo.
Desasiendo la escala entristecida.
indiferente al mundo
se sumerge.
Una lágrima
brota repetida en el tiempo
y el suspiro se hiela, porque se muere ahogado.
CARRASCA
Sobre mi corazón desastroso, sobre
mis escamas apagadas en los abismos líquidos,
sobre la noche, en resistencia,
y sobre, en fin, mi amarga
ocultación liberadora, que lo es, hay
rémoras oblicuas en tiburones blancos al acecho,
líquenes bajos en el granito húmedo,
palpitaciones sordas y distantes, y acaso
una parda pasión que, ni siquiera, entiendo
Enmarecidos brotes, más abajo, de la espuma de
mies en la llanura, en la llanura, sí, ciegan
el eslabón rocoso de los bosques.
Son como los rumbos encontrados
de dos barcos de guerra, son como fieras voraces acechando
y son los desgarrados signos
de una suma siniestra, donde a veces
hay trigo de distancia insonora,
de lágrimas resecas como cigarras graves, escondidas,
como un reloj tirado por tortugas,
cuya cuerda fueran sombras peladas,
simples, naturales en tanta lentitud.
Dormitar acechado por hormigas,
bajo su sombra ancha, muy perdido
el caramillo suave del maestro,
los pastores perversos del amor, dejados de la mano
y del rebaño.
Tú estás en ese fondo ciego donde distan las horas
de sí mismas, bajo el martillo de la resignación,
hierática como una diosa. Estás tan al fondo
que la niebla recoge toda la pasión.
Mas, frente a mí, tu solar de pelo almidonado,
de hojas y amenazas,
del puro atardecer apocopado,
en hojas tan inútiles, ni bellas como rosas
ni fuentes de alimento.
Y estás ahí tú, como siempre, imperturbable,
en esa ardiente estampa,
eterna, los huesos doloridos, incluso calcinada
tu corteza, agresiva. También tu corazón
y tu coraza.
Ahí como la fiel aguja de una balanza impar
que pone ecos prestados en el plato.
Tu infiel naturaleza frente a plomo liviano.
Pues solo ella me salva, como también
el ritmo recordado de sus hojas
con el ciego almirez de vientos y destinos.
El sueño seminal de la esperanza
de nuevo en esa sombra,
contemplando a través, los dos enamorados,
una tórrida tarde de
bochorno
donde siempre a nosotros se nos ofrece un palio.
ESPIRALES
Empezó como una tarde
suave, en apariencia
dulce, luego volcán
de angustia despertó.
Era un reto a nuestra humanidad.
Se fue extendiendo como el humo
por las células tangentes de mi alma
y sin saber de senos y cosenos en ángulos de sueño.
Algo como la muerte en crisis de ansiedad.
A ciegas, un ansia así
fue
en la penumbra
el encanto casual
de la espiral romántica del humo.
Fue acercándose. Andaba
con paso noctámbulo. Paraba
un momento. Insistía. Cruzaba raíles
de realidad.
Pasaba puentes de hermosura. Transcurría
hacia la espera, iba hacia la luz
y estaba
en
la
maravilla.
Fui dando vueltas, como el humo,
sin peso, a la deriva.
Subí mil escaleras.
Bajé otras mil equívocas
Y arriba de nuevo
escaleras siempre.
Un auténtico pozo camuflado.
Pero antes
charlábamos apaciblemente,
calentando masilla de cristales.
Liábamos el hueco del humo
por donde Alicia había de caer.
Pensábamos lo mismo en el espejo
y cada cual al pensamiento del otro adelantaba.
Tal vez fingíamos o no.
subía,
luz
La
como el resplandor del fuego
contra ladrillos renegridos.
Insistentemente.
Nos colocamos
cada uno
en nuestro lugar
exacto.
Cómodos.
Ni era preciso hablar
en ese punto.
Se rompieron las fraguas de lo imposible
y el instante
fue parecido al amor,
en un rezo final, tras letanía
y tramos recitados.
Se extendía en la piel la arena del sonido
y en una bella playa mi cuerpo convertía.
Pink estaba en su apogeo.
Era tan pobre… y respiraba
con fuerza inusitada el sabor de la vida.
Quizá el amanecer fuera un eclipse.
Us and them en la
mirada.
Puse mi mano
en las espirales que iban al cielo,
aquellas, ¿las ves tú ahora?
Puse mi huella en el estado claro del calor,
¿puede ser eso?
No obstante, tenía que morir.
Y
así lo hice.
Repentinamente,
sentí la enfermedad,
a espasmos,
fue cayendo,
y caía,
caía una vez más,
hasta lo más profundo.
Sintió,
comencé a hacerlo, los achaques del cáncer.
El dolor
como espuma
de cerveza nítida
subía hasta la locura.
¿No fue casual?
Si acaso fue un orgasmo
que te asaltó de pronto.
Y yo desconocía o tú desconocías
que en la pared blancuzca,
tras esa puerta gris
que aislaba del pasillo,
flotando en los sillones de escai rojo,
también en el manto de la virgen,
que paseara luego, después de la cuaresma,
la consabida náusea está presente,
como en la estantería la de Sartre.
El lecho estaba tibio, sábanas
con arrugas de muerte, húmedas
de suspiros, agitaban tormentas
clamorosas en el blanco mar,
como si un enfermo ¿dónde?
No estaba allí. Nos esperaba.
Era tú, yo, la barrera del hombre,
tú, yo, como en tinieblas, tú, yo,
la incertidumbre.
MUJERES ENCANTADORAS
CON SOMBRILLA
Inútil es buscar en lo mullido
los rayos de aquel sol o las caricias.
Las ánforas del sueño, los acordes del alba
ya fuera ruiseñor, ya fuera alondra.
Todo escondido está.
Las plumas del ave viajera
vuelan desvanecidas al otoño:
lunares de oro coronando la mar.
Los árboles de antaño, la niebla contenida
son armas sigilosas del recuerdo.
El corazón, en cambio, insiste,
penetra en los ojos saciados del espejo, lejos estaba,
como yo estaba lejos, allí donde se estrecha el mar
y se abre océano.
La carne se hizo cosas un instante,
la carne del amor. No me preguntes.
Hay legiones de espíritus en la cima del monte
Incita a la violencia
ciega acometividad.
Lo que aquí se precisa
es música encantada, iridiscentes
cabellos enriscados y perlas y corales,
(los labios o los besos)
y los ojos, por fin,
de bahía solar mediterránea.
Aquí nada
enamora.
Hurgando estás en el silencio en este instante.
Cada ventana inmóvil, cada puerta cerrada
es luto adolescente o viaducto ciego de la insatisfacción.
¡Cómo cuesta el dolor!
Ahora estás sufriendo. Y revuelves ahora
vestidos deshilados, los sombreros de rafia deslucida,
las mujeres encantadoras con sombrillas azules
o las colchas de seda luminosa
entre alcanfor dormidas.
Cerraremos
la noche esperando sonrisas.
Pero no queda nada.
No hay nada en el baúl, nada de nadie.
Las corrientes de incienso
ya fueron congeladas.
Nos nombraron mayores para hacernos soldados
con hábitos sonoros de tambores.
Así es que cállate, tú no lo digas.
Hurgando estás en el silencio siempre,
y el alcanfor dormido
pálida neblina guarda. Tú lo sabes:
por encontrar su esencia en el destrozo
mataría de amor.
ELEGÍA PARA EL FIN DE
UN IMBÉCIL
Durante la noche del viernes al sábado
el cantante británico punk John Ritchie,
más conocido como Sid Vicious, fue encontrado sin vida en su
apartamento de Greenwich Village de Nueva York.
(El País)
(Fragmento primero)
ANTES
mirabais la engañifa de Mclaren
con ansia cruel: tachuelas, cueros, rosas
pañuelos de viento sinfónico, mil
alfileres de viejas mal teñidas
de pecho flácido resonando blando
en la caja del mundo. Balbuciendo,
cediendo al hilo comercial, os dais la mano.
Eran los
dientes musgosos de Rotten
un ansia de jovencita, todo en venta,
diabólicamente virgen aún
y tú, ciego de ira,
odiabas la tregua de un dios iracundo
y podías comprar el costo idílico del abismo
sin excusas porque tu cuerpo igualmente
respondía a demandas y juergas.
Había que orinar, Sid, era preciso
desencajar las vulvas, digo,
válvulas del vulgo viejo y escupir en su frente
con el odio a cuestas malversado.
Aunque no renegaste
de aquella cara impresa –cesa, Sid, cesa, cesa-
además repetida
en papelillos sordos, poderosos,
arborescentes de fábricas, de temas humanos,
de derechos simios, de estatuas
a la gloria del héroe siempre muerto,
de heroína para apandarles
el mundo a los rebeldes
o de cajas de China para viejitas cursis
o gafas mariposa o crestas espinales.
Ella te
quemó o te vendió la espera
con el abismo blanco del breve cristal y el humo,
no, Nancy no, sino la suerte:
Rotten amigo, Mclaren comprador
o tal vez ella misma,
ahora sí, Nancy amante.
Silogismos
absurdos de compra-venta-muerte
reconocía y componía tu infelicidad.
Pero a cambio lograbas
agudos mágicos al bajo
y tu voz de cencerro cardado
nicotínicamente asolaba
regiones pantanosas de niñas bien
en pañales de estupidez pretendida.
Tan solo en pensamiento frenético medible
ibas piojoso
con toda la fuerza del motor,
asaltando el solar exhausto de las abejas sosas, por
contrato,
mientras cierto dolor de oscuras voces
al roce de tu carne salomónica
bajaba lento envenenando.
Y tú te
adormecías para morder con saña, en éxtasis,
entrando tus encías hacia el centro-placer
del negro despertar de los adioses.
(Fragmento segundo)
AL SOLAR
del claro del boscaje,
solitario, las atraes
maldito
y vienen gozosas con sus tules.
Y te envuelven, Sid,
con tules maravillosos.
Te envuelven blancas,
perfumadas en sueños, inmarcesibles.
De espigas adornadas como antiguas doncellas
de la Grecia clásica
en el culto de la primavera.
Las espumas frescas de tus labios
corren a su encuentro.
Y las besas
cuando la música adquiere
matices dorados de atardecer casual,
o preparas un frenesí de sombras
y a medias desproporcionadas
bajan sus faldas hechiceras
y grotesco tu pantalón
en el rito penúltimo.
Y te escuchan y saben
lo que han de hacer
mientras cantas.
Y palpitan y se precipitan y desencajan sus vulvas
dolientes de collares cansinos,
sofocadas guedejas caen con el flujo
de úteros en pleamar.
A regañadientes, ruges de nuevo
o bramas, y escabrosas rocas pronuncias
y recuerdas
a su graciosa Magesty
con besos atroces de hastiados labios.
Exaltas procaces incensarios
y crujen las oropéndolas
del saber humano
bajo tus testículos
en torno al mágico eucalipto
de ese Rotten amigo. El machaca.
No veas. Te corres
al comprobar que nunca alumbrarás
y es entonces:
Deseas matar, juntar todas las muertes en una sola idea
y en un redil beatífico de niño caprichoso
follar, nimbado, sin límite, niño sufrido,
mil tubos de ilusión malmaridada.
Luego plegaria de repetidas ondas:
Tome Kiss (y matas) Beba
(Fragmento tercero)
NO,
no sufras, Sid o vicio
o como quieras llamarte
ahora que no estás.
Encendías el cuerpo de tu Nancy, de Filadelfia, Spungen,
como en películas americanas,
fruto de depravadas vidas.
Y, sin embargo, aquello sucedió
trágicamente en una noche.
Frenasí de autor griego en su apogeo
cuando sus personajes encontraban
al fin de su dilema –Orestes perseguido por las Furias,
Medea ante el abismo, Electra con el plectro,
ante la tumba del atrida-.
Tú caíste con gracia en los hogares millonarios:
Cabello de banderas argentinas emborronado
y ojos como losas de ónice, oscuro amanecer,
tu Nancy amante visitaba los bajos fondos
a tu encuentro.
Al final se fue desvaneciendo, pero no fue el amor, la dicha
sino el humo de ningún cimiento,
la falta de gravedad. ¿El amor? Sí, el amor
en la perpetuación de un orgasmo inconfundible.
Tú nunca quisiste recrear. Odiaba
Talco de niñi en el trasero
Reciente, palco
en el teatro chino junto
a otras estrellas apagadas
de brillo efímero.
Gordo y fijo en la mirada,
Malcolm, gordo sería y fijo en la mirada,
como sapo sumiso,
pero compró para ti el invierno, cariñoso,
y el calor de los hombres
y el frío de tu soledad interior
y el huir también te lo compró.
Bajan el sol a postrarse ante ti
y tu dolor de rosas, sin embargo
no habrá plegarias cuando cierren tu tienda
de ultragemidos
para romper la vida,
porque ellos, los vampiros,
anidan en los vientres de niños como tú.
Ya todo se ha calmado
y la batería no destroza el silencio
con sus requiebros crueles
ni el bajo tienta las estrellas
ni tú tampoco, Ritchie,
tú tampoco, Sid,
Porque los colores se han ennegrecido para ti.
Y para siempre
ya lo ignoras todo
ni esperas.
Hay algo en tu voz
En este instante, cuando escucho
en ultratiempo tus ensalmos
que descorre el epílogo gris
de tus juncosos cabellos.
Si la metadona no fuera la venganza
habrías coleccionado el cierzo que agita los astros
y los corazones; y al final
habrías igualmente sucumbido.
Pero sabio
bebiste el cáliz de la ortiga infecunda
y el ojo del veneno te descubrió desnudo
con urticaria rosa en tus nalgas de chivo.
(Epifonema)
ESCUCHA, John Sid Ritchie Vicious,
nadie te admirará tanto en su momento
como tu mismo llanto,
aunque tu leyenda es
sobrecogedoramente hermosa.
Ahora que en el silencio prodigioso de los colores
brillantes
a soles en distancia cabalgas iconoclasta,
ahora que los nuevos
patines de lo desconocido
te arrastran a la espiral mayúscula
y se doblan
en tu estómago, mientras pasean con sus uñas
gusanos blanquecinos
las norias de lo imposible,
sí, ahora, Ritchie Sid,
que te quedaste solo
y deshiciste así tu blanco amanecer con Nancy Spungen,
ahora, ya todo se acabó
para ti, para siempre.
que Antígona en su lecho te llore dulcemente.
CON UNA MAZURCA DE FEDERICO
(EPÍLOGO)
En soledad el ritmo azul,
sobre alfombras suaves
y el terciopelo cayendo,
abandonándose:
ojos lentos, lánguidos, rosas
ojeras, tos entrecortando
el latido
en el sillón.
Neblina nórdica,
amor,
dulce amor
perdido que un poema recuerda
sencillamente.
El
fuego
quiebra el silencio. Siesta
de octubre,
al constante lamento de aquel piano tímido.
Se desvanecen
tordos
los
cerros de la huida.
Ojos lentos, languideciendo, rosas
ojeras… Scherzo del amor…
La tos
entrecortando el aire.
Neblina nórdica empañando el paisaje que,
a medias, asoma
por la ventana equívoca
cae el terciopelo.
El sillón bisbisea una queja sobre
alfombras suaves.