domingo, 14 de junio de 2015


ESPIRALES, Zamora, 1980

Premio  CIUDAD DE TORO de la FUNDACIÓN SAÑUDO  BARQUÍN BARSA 1979

 

En Ceuta, entre 1978 y 1979.

 

 

 

 

APRISIONADO GRITO

 

Pero no crece ni ilumina

el resplandor último.

Pardo engaño, los suspiros finales

sobre el virgen aroma de los nardos.

Ni importan las magnolias en la noche purísimas

ni el tiempo amurallado entre huesos noctámbulos.

Tampoco aquel balcón: los ojos cariñosos

en despedida siempre y en tristeza.

 

Si regreso, apenas ya me encuentro los labios ateridos;

entre llaves inglesas prisioneros los dientes.

Decrecen los crepúsculos; en fuga los encuentros,

pero aúllan las torres de iglesias en la sombra.

Las torres apagadas sin viento y sin veleta.

Las torres tan sombrías.

En la grasa enlutada de un alba envilecida

chirrían  como ruedas, gibosos y deformes,

los llantos imposibles.

 

            Arácnidos de azúcar me alcanzan y me vencen,

venenosos, y apuran el extremo del vapor sobre el agua,

cayendo el sol al río y a la tarde,

lumínica insistencia del vaho arrepentido de una fuga,

que orquesta la fanfarria de hojas otoñales.

Y ya vivo en el susto, pero ignoro mi ser,

aunque lo temo y sé

que liban en mi sangre los insectos.

 

            El juego de las nubes sonrosadas

atrae a otro camino,

mientras tejen la voz la noche y sus contornos.

Y ya llega, desnudo. Con los brazos abiertos lo recojo:

aprisionado grito. Trepando por el vientre,

el corazón agudo lo celebra.

Se abrasará después en la congoja.

Una silva salvaje se compone

donde los faunos jóvenes, piruetas en el aire,

buscan a cada ninfa que danza entre los álamos

con la música húmeda del collar de los besos.

 

            La cima de la dicha está junto a los labios:

y grito aprisionado por amor,

mientras se rompe el mundo.



 


 

 

EL JUEGO DE LAS ADORMIDERAS

 

 

 

 

(Movimiento primero)

 

 

            Al fuego, en la penumbra, de latidos

inmundos, de esa cárcel perpetua, escapa,

inunda la mansión de la huida.

Cabecea en la dicha con ilusiones frescas

que penetren

donde no alcance  el ojo. Cae

de tu figura pizarrosa, envuélvete

de lejos

en los ropajes blandos de los colores

y en la música blanca del azúcar.

 

¡Secreto!

A gritos dices.

Acurrucado luego dejas caer los brazos,

te detienes.

El corro de soles te rodea

y canta solo uno. ¿Ves tanta luz?

Anda, baja, atrás un manto ardiente

como de rey soberano queda

tendido.

Al fondo, te venderán ceguera.

Con grapas de tierra maltratada

surcos llena el estupor.

Tinta a granel de sombra,

cuando en el ritmo

se alcanza el infinito,

en los intestinos del universo se derrama.

 

Con frenesí de besos, las lágrimas fenecen.

Se te entrega tu reino

con lágrimas robado.

 

 

 

 

 

(Movimiento segundo)

 

Con ascuas de color violeta

resuena su martillo atronador,

vibran las rejas de mi cerebro

se resquebraja el brillo de la noche enlutada.

Y de nuestra colmena ora ascienden

dudasalrespecto, siembargos zancudos, enfines,

cosas de locos, secretosaloído,

viejos chismes de viejas tempranas

al brasero del cisco eternal,

ora enloquecen:

juntan albergues de odio chapurrean blasfemias,

gritan hostias más tarde.

Se deslucen.

Barro, barro para dar, al cabo,

hombres como hormigas excelsas.

 

Sacuden las alfombras, mueven muebles,

Menean escorpiones

de apocalipsis dibujada.






 

 

(Movimiento tercero)

 

Cual filodirigido en senda

hacia el metal

es mi dolor ahora hacia su vientre, pero…dulce,

yo que esperaba canciones y murmullos

tendido boca arriba al sol,

como los  mimbres.

 

Notas pretéritas o próximas, no sé,

de una galaxia joven, sonando el infinito,

notas plateadas,

o sabias, notas como cristales:

de pura transparencia

bajo un sol perfectamente azur,

notas celestes con que adornar

las macetas de flores de un patio infantil,

los geranios en flor, los rosales

eternamente perfumados, los claveles

dejándose caer dulcemente

en sus rojos, morados y blanco entreverado,

los rosales sí que trepaban

por la columna aquella de imposibles.

 

Pero en invernadero

los últimos trigos de secano

las guadañas tardías esperan al ocaso.

¿Acaso quieres sangre?

Como las nubes esas

que apuntan con su espigón

directas al infierno, enrojecidas.

 

Pero tú, que sólo eres mi amigo,

no dejes que el estiércol permanezca inservible,

si se pudren los hombres en sus heces

de una manera tonta, muriendo

por vivir pinchando un globo

con la necesidad nadando por las venas.


 

 

(Movimiento cuarto)

 

Los pasillos a mares, con galerías húmedas

de lágrimas exhaustas, no de orines ni de ratas,

me conducen a las bellas alcobas de lo imposible.

Mientras cielos irisando los ojos

penetran en las viejas casas del poblado

agudizando el atardecer.

Allí rizan sus sienes mujeres hilanderas

caídas de Velázquez

dispuestas al combate

de fecundar la noche.

Y las fuentes de semen en manantiales hondos

garlan en las esquinas

Cabriolean sin dicha niñas desnudas

y bailan las mozas, el flujo reteniendo

a la espera del doncel perfecto

en pólderes individuales

y los mozos sin sonrisa de afecto

apresan su presa y vuelan al trigal.

 

El cielo de rayos impermeables,

los mares en perlas anónimas.

Sin la paz en los labios

liban los belfos  de acuarelas sonoras

zafiros en desencanto.

Los altares del sueño caen una vez más.

 

(Descartes elevó al científico a legislador absoluto, no como individuo, sino como profesional. Al convertir al hombre en una máquina hecha por la mano de Dios, convirtió tácitamente en dioses a los que eran capaces de construir máquinas. LEWIS MUMFORD)

 


 

 

(Movimiento quinto)

 

 

            Cuando la hoja se mece extrañamente

y la lluvia llena de charcos las carreteras vacías,

entonces se perfila

un otoño límpido y clarísimo:

diáfanos ocres bajo el azul

y el mar,

mansedumbre de bueyes paciendo en prados infinitos

-el recuerdo-.

 

En la cumbre se advierte

otra inmensidad.

Allá en el fondo, mirad,

las leyes del sable cetrino

fenecen en la intriga.

Más tarde ¿reventarán de odio?

 

Pero las hojas caen, mientras

noviembre asciende lentamente.

Desnudos sus senos,

la muchacha nos abraza a todos.

Nos ama más esta nueva mañana.

Las olas de la vida, aun cubierto,

marcan en el arrecife

signos de espuma.

 


NARCISO MUERTO

 

 

            Caía entre los versos de espuma en el torrente,

aurora todavía y bello

como un dios.

Como la nieve, nórdico,

de aquel volcán Sneffels, allá en Islandia,

al borde de la tierra, al límite del tiempo sostenido.

Pero caía ardiente, enamorado,

con espuelas de abismos infernales

arrasando la senda de helechos renovados.

Caía alborotado en giros, todo plata,

trémulo al contacto del agua

que una imagen de juncos devolvía.

 

De sus labios brotaba

la flora incandescente de los sueños,

y era su paso alado en las nubes del norte

que bucles en el sol tejían para adornar su rostro.

Conspiraban las horas con Eco en la montaña

buscando la esmeralda de aquel mirar amado.

En una mezcla hermosa de oasis y de médanos,

dibujaba su cuerpo el sol sobre la playa

y peces descosían con sus saltos

los cálidos espejos, jugueteando al borde,

cual amorcicos ciegos, del tibio resplandor de sus pezones rosas.

 

            El agua acariciaba olímpico corcel

en música bucólica, el pubis cálido,

torbellino en remanso que al jinete

por los tesos cubiertos de encinas

resueltamente daba su sustento precioso.

Perito de humedades lívidas,

de sendas inexploradas, de catedrales góticas donde, como inexperto y tímido espeleólogo,

socava iluso en vano,

al encuentro, insomne y encerrado,

del mito de Afrodita,

con plumas de golondrinas adornado.

 

 

            A aquel brocal tendía del pozo solitario

su brazo displicente, su cuello desbocado

y, taladrado en sombra,

suavemente se hundía

en la esperanza infiel de su figura.

Y al final se caía

el ámbar de su mano al fondo del espejo.

Desasiendo la escala entristecida.

 indiferente al mundo se sumerge.

 

            Una lágrima brota  repetida en el tiempo

y el suspiro se hiela, porque se muere ahogado.

 

 

 

 


 

CARRASCA

 

Sobre mi corazón desastroso, sobre

mis escamas apagadas en los abismos líquidos,

sobre la noche, en resistencia,

y sobre, en fin, mi amarga

ocultación liberadora, que lo es, hay

rémoras oblicuas en tiburones blancos al acecho,

líquenes bajos en el granito húmedo,

palpitaciones sordas y distantes, y acaso

una parda pasión que, ni siquiera, entiendo

 

Enmarecidos brotes, más abajo, de la espuma de

mies en la llanura, en la llanura, sí, ciegan

el eslabón rocoso de los bosques.

Son como los rumbos encontrados

de dos barcos de guerra, son como fieras voraces acechando

y son los desgarrados signos

de una suma siniestra, donde a veces

hay trigo de distancia insonora,

de lágrimas resecas como cigarras graves, escondidas,

como un reloj tirado por tortugas,

cuya cuerda fueran sombras peladas,

simples, naturales en tanta lentitud.

Dormitar acechado por hormigas,

bajo su sombra ancha, muy perdido

el caramillo suave del maestro,

los pastores perversos del amor, dejados de la mano

y del rebaño.

 

Tú estás en ese fondo ciego donde distan las horas

de sí mismas, bajo el martillo de la resignación,

hierática como una diosa. Estás tan al fondo

que la niebla recoge toda la pasión.

Mas, frente a mí, tu solar de pelo almidonado,

de hojas y amenazas,  del puro atardecer apocopado,

en hojas tan inútiles, ni bellas como  rosas

ni fuentes de alimento.

 

Y estás ahí tú, como siempre, imperturbable,

en esa ardiente estampa,

eterna, los huesos doloridos, incluso calcinada

tu corteza, agresiva. También tu corazón

y tu coraza.

Ahí como la fiel aguja de una balanza impar

que pone ecos prestados en el plato.

Tu infiel naturaleza frente a plomo liviano.

 

Pues solo ella me salva, como también

el ritmo recordado de sus hojas

con el ciego almirez de vientos y destinos.

El sueño seminal de la esperanza

de nuevo en esa sombra,

contemplando a través, los dos enamorados,

una tórrida tarde  de bochorno

donde siempre a nosotros se nos ofrece un palio.


 

ESPIRALES

 

Empezó como una tarde

suave, en apariencia

dulce, luego volcán

de angustia  despertó.

Era un reto a nuestra humanidad.

 

Se fue extendiendo como el humo

por las células tangentes de mi alma

y sin saber de senos y cosenos en ángulos de sueño.

Algo como la muerte en crisis de ansiedad.

A ciegas, un ansia así

fue

en la penumbra

el encanto casual

de la espiral romántica del humo.

 

Fue acercándose. Andaba

con paso noctámbulo. Paraba

un momento. Insistía. Cruzaba raíles

de realidad.

Pasaba puentes de hermosura. Transcurría

hacia la espera, iba hacia la luz

y estaba

              en

                 la

                    maravilla.

 

Fui dando vueltas, como el humo,

sin peso, a la deriva.

Subí mil escaleras.

Bajé otras mil equívocas

Y arriba de nuevo

escaleras siempre.

Un auténtico pozo camuflado.

 

Pero antes

charlábamos apaciblemente,

calentando masilla de cristales.

Liábamos el hueco del humo

por donde Alicia había de caer.

Pensábamos lo mismo en el espejo

y cada cual al pensamiento del otro adelantaba.

Tal vez fingíamos o no.

                subía,

        luz

La

como el resplandor del fuego

contra ladrillos renegridos.

Insistentemente.

Nos colocamos

cada uno

en nuestro lugar

exacto.

Cómodos.

Ni era preciso hablar

en ese punto.

Se rompieron las fraguas de lo imposible

y el instante

fue parecido al amor,

en un rezo final, tras letanía

y tramos recitados.

Se extendía en la piel la arena del sonido

y en una bella playa mi cuerpo convertía.

Pink estaba en su apogeo.

Era tan pobre… y respiraba

con fuerza inusitada el sabor de la vida.

Quizá el amanecer fuera un eclipse.

Us and them en la mirada.

 

Puse mi mano

en las espirales que iban al cielo,

aquellas, ¿las ves tú ahora?

 Puse mi huella  en el estado claro del calor,

¿puede ser eso?

No obstante, tenía que morir.

                                               Y así lo hice.

Repentinamente,

sentí  la enfermedad,

a espasmos,

fue cayendo,

 y caía,

caía una vez más,

hasta lo más profundo.

Sintió,

comencé a hacerlo, los achaques del cáncer.

El dolor

como espuma

de cerveza nítida

subía hasta la locura.

¿No fue casual?

Si acaso fue un orgasmo

que te asaltó de pronto.

Y yo desconocía o tú desconocías

que en la pared blancuzca,

tras esa puerta gris

que aislaba del pasillo,

flotando en los sillones de escai rojo,

también en el manto de la virgen,

que paseara luego, después de la cuaresma,

la consabida náusea está presente,

como en la estantería la de Sartre.

 

El lecho estaba tibio, sábanas

con arrugas de muerte, húmedas

de suspiros, agitaban tormentas

clamorosas en el blanco mar,

como si un enfermo ¿dónde?

No estaba allí. Nos esperaba.

Era tú, yo, la barrera del hombre,

tú, yo, como en tinieblas, tú, yo,

la incertidumbre.

 


 

 

MUJERES ENCANTADORAS CON SOMBRILLA

 

 

Inútil es buscar en lo mullido

los rayos de aquel sol o las caricias.

Las ánforas del sueño, los acordes del alba

ya fuera ruiseñor, ya fuera alondra.

Todo escondido está.

Las plumas del ave viajera

vuelan desvanecidas al otoño:

lunares de oro coronando la mar.

Los árboles de antaño, la niebla contenida

son armas sigilosas del recuerdo.

 

El corazón, en cambio, insiste,

penetra en los ojos saciados del espejo, lejos estaba,

como yo estaba lejos, allí donde se estrecha el mar

 y se abre océano.

La carne se hizo cosas un instante,

 la carne del amor. No me preguntes.

Hay legiones de espíritus en la cima del monte

Incita a la violencia

ciega acometividad.

Lo que aquí se precisa

es música encantada, iridiscentes

cabellos enriscados y perlas y corales,

(los labios o los besos)

y los ojos, por fin,

de bahía solar mediterránea.

 

            Aquí nada enamora.

Hurgando estás en el silencio en este instante.

Cada ventana inmóvil, cada puerta cerrada

es luto adolescente o viaducto ciego de la insatisfacción.

¡Cómo cuesta el dolor!

Ahora estás sufriendo. Y revuelves ahora

vestidos deshilados, los sombreros de rafia deslucida,

las mujeres encantadoras con sombrillas azules

o las colchas de seda luminosa

entre alcanfor dormidas.

 

            Cerraremos la noche esperando sonrisas.

Pero no queda nada.

No hay nada en el baúl, nada de nadie.

Las corrientes de incienso

ya fueron congeladas.

Nos nombraron mayores para hacernos soldados

con hábitos sonoros de tambores.

Así es que cállate, tú no lo digas.

Hurgando estás en el silencio siempre,

y el alcanfor dormido

pálida neblina guarda. Tú lo sabes:

 por encontrar su esencia en el destrozo mataría de amor.

 

 

 

 


 

 

ELEGÍA PARA EL FIN DE UN IMBÉCIL

 

Durante la noche del viernes al sábado

el cantante británico punk John Ritchie,

más conocido como Sid Vicious, fue encontrado sin vida en su apartamento de Greenwich Village de Nueva York.

(El País)

 

 

(Fragmento primero)

 

 

 

ANTES

mirabais la engañifa de Mclaren

con ansia cruel: tachuelas, cueros, rosas

pañuelos de viento sinfónico, mil

alfileres de viejas mal teñidas

de pecho flácido resonando blando

en la caja del mundo. Balbuciendo,

cediendo al hilo comercial, os dais la mano.

 

            Eran los dientes musgosos de Rotten

un ansia de jovencita, todo en venta,

diabólicamente virgen aún

y tú, ciego de ira,

odiabas la tregua de un dios iracundo

y podías comprar el costo idílico del abismo

sin excusas porque tu cuerpo igualmente

respondía a demandas y juergas.

 

             Había que orinar, Sid, era preciso

desencajar las vulvas, digo,

válvulas del vulgo viejo y escupir en su frente

con el odio a cuestas malversado.

Aunque no renegaste

de aquella cara impresa –cesa, Sid, cesa, cesa-

además repetida

en papelillos sordos, poderosos,

arborescentes de fábricas, de temas humanos,

de derechos simios, de estatuas

a la gloria del héroe siempre muerto,

de heroína para apandarles  el mundo a los rebeldes

o de cajas de China para viejitas cursis

o gafas mariposa o crestas espinales.

 

            Ella te quemó o te vendió la espera

con el abismo blanco del breve cristal y el humo,

no, Nancy no, sino la suerte:

Rotten amigo, Mclaren comprador

o tal vez ella misma,

ahora sí, Nancy amante.

 

            Silogismos absurdos de compra-venta-muerte

reconocía y componía tu infelicidad.

Pero a cambio lograbas

agudos mágicos al bajo

y tu voz de cencerro cardado

nicotínicamente asolaba

regiones pantanosas de niñas bien

en pañales de estupidez pretendida.

 

Tan solo en pensamiento frenético medible

ibas piojoso

con toda la fuerza del motor,

asaltando el solar exhausto de las abejas sosas, por contrato,

mientras cierto dolor de oscuras voces

al roce de tu carne salomónica

bajaba lento envenenando.

 

            Y tú te adormecías para morder con saña, en éxtasis,

entrando tus encías hacia el centro-placer

del negro despertar de los adioses.

 

 

 

 


 

(Fragmento segundo)

 

AL SOLAR

 del claro del boscaje, solitario, las atraes

maldito

y vienen gozosas con sus tules.

Y te envuelven, Sid,

con tules maravillosos.

Te envuelven blancas,

perfumadas en sueños, inmarcesibles.

De espigas adornadas como antiguas doncellas

de la Grecia clásica

en el culto de la primavera.

Las espumas frescas de tus labios

corren a su encuentro.

Y las besas

cuando la música adquiere

matices dorados de atardecer casual,

o preparas un frenesí de sombras

y a medias desproporcionadas

bajan sus faldas hechiceras

y grotesco tu pantalón

en el rito penúltimo.

Y te escuchan y saben

lo que han de hacer

mientras cantas.

Y palpitan y se precipitan y desencajan sus vulvas

dolientes de collares cansinos,

sofocadas guedejas caen con el flujo

de úteros en pleamar.

 

A regañadientes, ruges de nuevo

o bramas, y escabrosas rocas pronuncias

y recuerdas

a su graciosa Magesty

con besos atroces de hastiados labios.

Exaltas procaces incensarios

y crujen las oropéndolas

del saber humano

bajo tus testículos

en torno al mágico eucalipto

de ese Rotten amigo. El machaca.

 

No veas. Te corres

al comprobar que nunca alumbrarás

y es entonces:

Deseas matar, juntar todas las muertes en una sola idea

y en un redil beatífico de niño caprichoso

follar, nimbado, sin límite, niño sufrido,

mil tubos de ilusión malmaridada.

 

Luego plegaria de repetidas ondas:

Tome Kiss (y matas) Beba

 

 

 

 


 

(Fragmento tercero)

 

            NO,

no sufras, Sid o vicio

o como quieras llamarte

ahora que no estás.

Encendías el cuerpo de tu Nancy, de Filadelfia, Spungen,

como en películas americanas,

fruto de depravadas vidas.

Y, sin embargo, aquello sucedió

trágicamente en una noche.

Frenasí de autor griego en su apogeo

cuando sus personajes encontraban

al fin de su dilema –Orestes perseguido por las Furias,

Medea ante el abismo, Electra con el plectro,

ante la tumba del atrida-.

Tú caíste con gracia en los hogares millonarios:

Cabello de banderas argentinas emborronado

y ojos como losas de ónice, oscuro amanecer,

tu Nancy amante visitaba los bajos fondos

a tu encuentro.

Al final se fue desvaneciendo, pero no fue el amor, la dicha sino el humo de ningún cimiento,

la falta de gravedad. ¿El amor? Sí, el amor

en la perpetuación de un orgasmo inconfundible.

Tú nunca quisiste recrear. Odiaba

Talco de niñi en el trasero

Reciente, palco

en el teatro chino junto

a otras estrellas apagadas

de brillo efímero.

 

Gordo y fijo en la mirada,

Malcolm, gordo sería y fijo en la mirada,

como sapo sumiso,

pero compró para ti el invierno, cariñoso,

y el calor de los hombres

y el frío de tu soledad interior

y el huir también te lo compró.

Bajan el sol a postrarse ante ti

y tu dolor de rosas, sin embargo

no habrá plegarias cuando cierren tu tienda

de ultragemidos

para romper la vida,

porque ellos, los vampiros,

anidan en los vientres de niños como tú.

 

Ya todo se ha calmado

y la batería no destroza el silencio

con sus requiebros crueles

ni el bajo tienta las estrellas

ni tú tampoco, Ritchie,

tú tampoco, Sid,

Porque los colores se han ennegrecido para ti.

Y para siempre

ya lo ignoras todo

ni esperas.

Hay algo en tu voz

En este instante, cuando escucho

en ultratiempo tus ensalmos

que descorre el epílogo gris

de tus juncosos cabellos.

Si la metadona no fuera la venganza

habrías coleccionado el cierzo que agita los astros

y los corazones; y al final

habrías igualmente sucumbido.

Pero sabio

bebiste el cáliz de la ortiga infecunda

y el ojo del veneno te descubrió desnudo

con urticaria rosa en tus nalgas de chivo.

 

           

 

(Epifonema)

 

ESCUCHA, John Sid Ritchie Vicious,

nadie te admirará tanto en su momento

como tu mismo llanto,

aunque tu leyenda  es sobrecogedoramente hermosa.

 

Ahora que en el silencio prodigioso de los colores brillantes

a soles en distancia cabalgas iconoclasta,

ahora  que los nuevos patines de lo desconocido

te arrastran a la espiral mayúscula

y se doblan

en tu estómago, mientras pasean con sus uñas

gusanos blanquecinos

las norias de lo imposible,

sí, ahora, Ritchie Sid,

que te quedaste solo

y deshiciste así tu blanco amanecer con Nancy Spungen,

ahora, ya todo se acabó

para ti, para siempre.

que Antígona en su lecho te llore dulcemente.


 

CON UNA MAZURCA DE FEDERICO

(EPÍLOGO)

 

En soledad el ritmo azul,

sobre alfombras suaves

y el terciopelo cayendo,

                                   abandonándose:

ojos lentos, lánguidos, rosas

ojeras, tos entrecortando

el latido

en el sillón.

 

Neblina nórdica,

                                   amor,

dulce amor

perdido que un poema recuerda

sencillamente.

                                   El fuego

quiebra el silencio. Siesta

de octubre,

al constante lamento de aquel piano tímido.

Se desvanecen

                        tordos

                                   los cerros de la huida.

Ojos lentos, languideciendo, rosas

ojeras… Scherzo del amor…

La tos

entrecortando el aire.

Neblina nórdica empañando el paisaje que,

a medias, asoma

por la ventana equívoca

cae el terciopelo.

El sillón bisbisea una queja sobre

alfombras suaves.