martes, 16 de febrero de 2016

A la orilla del júbilo


 



A LA ORILLA DEL JÚBILO

(1981-1988)

                              

A María Luisa, todo

 

 

 

 

SONETOS ERRANTES

(Premio Esperanza Spínola, 1988)

 

 

                   ¡Qué pena dan los amantes!

                   ¡Cuántas noches han pasado angustiados

por el amor, el deseo y las tribulaciones.

(Las mil y una noches)

 

 

                   I

 

Ese silencio tuyo a la deriva

como aguaviva azul en mar caliente,

sobre brasas me arroja, tan ardiente,

que me abrasa la piel llama cautiva.

 

Y este silencio mío, porque viva

escozor tan agudo, consecuente,

se abandona en palabra que lo miente,

a la ley del amante permisiva.

 

Nunca jamás dirá si fue sentida

la palabra de hoy quien la trasciende,

por más que en grito viaje dolorida

 

pero hacia ti vibrantes ondas tiende.

Buscando en tu silencio una guarida,

para colarse allí mi voz asciende.

 


 

 

II

 

Cruzabas la avenida de palmeras

hacia los fondos negros del destino.

Las sombras arañaban tu camino

por el cemento gris de las aceras.

 

En el muelle gemían como fieras

las ráfagas del viento libertino.

A cincel trabajaban sobre fino

algodón diecisiete primaveras.

 

Ignorabas que alisios prisioneras

te las arrancarían en fugado

arrebol, tarde tras tarde  tan ligeras

 

en nubes de jirón arrebatado.

¿Dónde se fueron las mías pioneras,

solísimo de luna y plateado?

 


 

 

III

 

Estás en esos ojos celebrado

con un fulgor de fuego transparente;

abrasada una lágrima presiente

un día, sin aurora, terminado.

 

Contenida violencia de callado

deseo me asfixia doblemente:

besar tu sombra, al menos, indolente,

negándome en el beso estrangulado.

 

Entre hielo de luz emocionada

yacerá el dulce abrazo que desmiente

la impalpable presencia deseada.

 

Terrible es el momento, evanescente,

porque esa luz no nos alumbra nada

y  nos hallamos solos de repente.

 


 

 

                   IV

 

Pude nadar en tu mirada, preso,

ahogado por la sed y la cerveza.

Los bafles sobornaron mi cabeza

y un dibujo traidor quedaba impreso.

 

Aquel encuentro tibio al que regreso

me obliga a incinerar toda certeza.

Fuera de mí. Tú, ausente…, cuando empieza

a ser el sueño abúlico y espeso.

 

Pongo a salvo el momento. Luego ceso

de corregir la incertidumbre. Miro

a mi alrededor, absurdamente.

 

Si fue o no fue verdad mido y sopeso.

Mas me alcanza feroz en la corriente

la aguda desazón de otro suspiro.

 


 

 

                   V

 

Aquella tarde roja en que tu mano

naufragó en su periplo hacia la mía,

gozosa ante el encuentro, me creía

con alas ir en vuelo de milano.

 

Pero negué mi impulso, soberano.

Fácil derrota: el miedo me rendía.

Errante ya el deseo se volvía

ramo de dedos en el puño avaro.

 

No quise yo avanzar por el sendero

con pasos que forzaran la violenta

salida. Me encerré prisionero

 

en mi cauto soñar, suave venero

entre cálidas frondas, aunque mienta

zalamero, la roja tarde lenta.

 


 

 

VI

 

Para saltar el mar, abismo, fosa,

a la playa pacífica volvía.

Retando a la distancia, perseguía

aquella ausente entraña dolorosa.

 

Tomara a afán la arena prodigiosa

olas abrir en senda, puente, vía.

Mostraba la verdad tu lejanía

indomable en el agua procelosa.

 

Sobre rocas lloré, sólidos mares,

las horas cabizbajas de tu ausencia,

ajeno el corazón del cuerpo amado.

 

Mas el alisio en juegos malabares,

o trajo, o me traiciona la conciencia,

rumor sedante del labio deseado.

 


 

 

 

VII

 

Por esos mundos hubiéramos viajado

conociendo remotos valles, sierras

muy lejanas. Hubiéramos la Tierra

desde oriente a occidente rodeado.

 

Y hubieras tu cabeza reposado

en mi hombro, en un descanso, sin furtivo

temor. Y hubiera con mi mano, vivo

amor, tu cuello amable acariciado.

 

Hubiéramos más tarde recordado

aquel jardín de Kioto tan hermoso

o los bellos Urales o el coloso

 

y profundo cañón del Colorado.

Ya me veo doblar la esquina luego

de la calle Real y así te niego.

 


 

 

                   VIII

 

Esclavizarme quiero a tu deseo

como toro al capote sometido,

aunque el acero frío prometido

me alcance el corazón sin más rodeo.

 

O tentar a la suerte con tanteo

de lágrimas de pérdida, perdido,

hasta que por tus venas derretido

corra el amor o muera yo (lo creo).

 

Arrebatarme ya, destruir mi casa,

desvivirme de mí, comer olvido,

arrinconar mi nombre; sin sentido,

 

esfumarme en el humo que me amasa

y nunca decir más, mas te  lo digo:

eres la muerte amada que persigo.

 


 

 

 

IX

 

Guardara tu palabra y esperara.

Construyera tus besos. Los perdiera.

Deslindara en tu cuerpo una frontera

para rendírsela a mi mano avara.

 

Navegara un abismo y naufragara,

o me alzara con salto de pantera

a los ámbitos sublimes de la esfera

para cazar, al fin, la pieza cara.

 

Amara, (y me muriera gratamente)

una vez, por lo menos tu cintura,

tus ojos entornados… La amargura

 

me roba hasta el deseo y lo desmiente.

Pero la negra noche me procura

un sueño con tus ojos inocente.

 


 

 

                   X

 

Su dolor otra tarde me contaba

-en lágrimas el duelo bebería-

por el perdido amor, y  en mí crecía,

cuanto más vulnerable se encontraba.

 

En silencio insidioso recordaba

ante un café su rosto de alegría

por el amor hallado ese otro día

que a mí sin esperanza me dejaba.

 

Pero aprendí  a callar ambos momentos

sin mirar a la herida que sangraba

cuanto más me inquietaban pensamientos.

 

Hoy no quiero callar lo que callaba,

pero temo que rompa mis cimientos

esa  lanza que en mi pecho ya se clava.

 

 


 

 

 

XI

 

Te busco allí donde la luz palpita

ansiosa de cebarse en tu hermosura.

Allí donde la música te agita

del neón en los rayos insegura.

 

Te busco allá donde el deseo incita

la voz del corazón a la ternura,

Allá donde a mis ojos se permita

mirar la libertad en tu figura.

 

Busco el local donde fraguar el hierro

imposible del amor y la aventura

que rompa toda paz y todo encierro.

 

Quiero arrojar mi cuerpo con premura

a la caza de amor –furtivo perro-

hasta desembocar en la locura.

 


 

 

XII

 

Cuando en la noche arribó la nave,

yo a tu lado callaba. Te veía

a través  de ese cristal del viento grave,

que aumentaba fatal la lejanía.

 

Junto al embarcadero, mientras suave

a mis manos tu cuerpo se rendía,

fue girando en el cielo blanca llave

hasta volcar la claridad del día.

 

Si  a tu lado acudí deshilvanado

mientras la luna baja decrecía,

nadie dirá que fue premeditado

 

anegar en tu piel mi piel que ardía

sobornando el silencio sofocado

de la estrella cruel que nos hería.

 


 

 

XIII

 

Anegado en los rizos de la espuma

el agua abrazo tímido, propenso

a navegar ligero como pluma

caída al mar rabiosamente denso.

 

Cobijado en los brazos de la bruma,

me diluyo hacia el fondo y al descenso

los brillos del azul buscan la suma

de este cuerpo allegado con lo inmenso.

 

En esto, abrí los ojos. La presencia

que el sueño me colmaba de ternura

disipó, de repente, la conciencia.

 

Me golpeó en el rostro con su dura

mano la realísima violencia

que me dejaba en soledad segura.

 


 

 

                   XIV

 

Al trote de penumbra soy el beso

y el corazón me arroja al desencanto.

En pífanos cantores vierto llanto

y tu silencio esquiva lo que expreso.

 

Contra la noche ardiente expiro. Ceso.

En aura de amargura me levanto.

Vivo constantemente en el espanto

de saber imposible tu regreso.

 

Por su senda el amor me lleva preso

en su flor de locura arrebolada,

entre el fuego y la sombra ya poseso.

 

Esperaré la luz de otra alborada

inútilmente solo, triste, leso,

cortado por el hierro de la nada.

 


 

 

 

                   XV

Tiempo de otoño a mi solar venido,

-por las hojas del árbol corre fuego-

me acompaña clavado sobre el ciego

vagar del aire leve, oscurecido.

 

Sordo al silencio, gélido al olvido

he buscado la tierra – no lo niego-

de primavera fértil. Hoy trasiego

hacia un final cansado y aburrido.

 

Pero te vi un momento cierta noche

y sobre mi corazón quedaba impreso,

con la mueca mordaz de tu reproche,

 

el inaudito fuego de un poseso.

Viejo, cansado, necio y aun fantoche

del amor me alimento. Vivo de eso.


 

A LA ORILLADEL JÚBILO

 

 

1

 

Te deja el aire malva

por el campo asombrado

ilesos los recuerdos.

Lejísimos la tarde,

lejísimos el río

por la banda de añiles se perfila.

Y pierdes la mirada donde acaso

se conserve el encuentro

sobre la arena blanca en que te fuera

tan alegre indagar

bajo el dulce sopor

del sol contra el deseo.

No reconoce el tiempo aquellos pasos

ni clarines dirán de aquel momento.

La tarde te ha dejado

un juego de cadenas

a rumbos enfrentados sometidas.


 

2

 

Deseas despertar húmedo de sal,

Atrapado en un pecho de arena.

Con el viento, enardecido

ante el juego serpeante de las olas.

Tu inocencia y la espuma me contienen.

Se me desboca el alma

junto a las rocas negras.

Y luego te confundes

y se pierde la imagen y deseas

despertar otra vez atrapado

en el pecho de arena, enardecido

como la amada dócil que se deja

envolver por los brazos del amante.


 

 

 

3

Como anillo me abrazo a tu cintura

y el alma de tu vientre me acaricia.

El viento por tu piel pasa sin rumbo

zigzagueando suave y se desliza

por mares de trigal en primavera.

De la alameda, sobre azul, la cima

conforma espacios a sueños imprecisos.

Un vago tintineo hacia la orilla

la sombra y el secreto nos confunde

y, entre los juncos que se besan, brilla

mientras el río sus reflejos cambia.

El cenit ondulante se confirma

y océanos de cuerpo enamorado

al borde de la tarde se eternizan.


 

4

 

Hay un sendero azul bajo tu vientre

donde el verano guarda espuma silenciosa

y sabe a mar por envolver la tarde con olas

que florecen bajo tu piel desnuda.

Y sabe a viento en la Lanzada roja,

a madreselva en un septiembre pleno,

a campanas de gloria templando el horizonte,

a relojes cantando en la enramada.

Hay un sendero azul bajo tu vientre

donde camina hacia siempre el aire,

donde los nidos recogen nuestros ecos,

mientras nos vamos yendo a golpe de los años.

Y eres así, con un sendero en medio,

una senda que llega al infinito:

Sentir los cascabeles del espacio

y derramar los ojos en la respuesta eterna.

 

 


 

5

 

Pero ¿dónde estás hoy, mientras te busco?

En el jardín no estás, tampoco donde

los dos solíamos besarnos antes:

Guardaba el álamo la forma de tu espalda

dibujada con besos.

Rodé callejas que rondamos juntos

y toda la ciudad sembré de dalias.


 

6

 

En la luna de octubre

el tiempo es dilatado. Inmensa aquella playa

y tú me persigues donde un río regresa

Hacia el recodo aquel de nuestras vidas.

Ensoñaciones blancas con palmeras

de sonora aspereza y tú…,

la arena al ras de un cuerpo

ahuecado en la duna.

Y tú…,

esa ausencia que la lluvia no empapa. 


 

 

 

7

 

¿Quién escribió en el alba esa palabra?

¿Fueron meigas o sombras?

¿Acaso fue mi mano

o el claro de luna que rondaba el amor?

Los blandos caminos de la entrega…,

la hierba fresca.

Era cuando en el bosque vagaba

la noche de San Juan.

Entonces eras viento,

páramos mis muslos.

No sé qué aroma, tomillo,

quizá almizcle o sándalo

llegaba hasta nosotros.

Como un delfín la lengua en mar abierto.

Tu saliva queriéndome los dientes

y al final un jadeo en las entrañas.

Y tú le preguntabas a la noche

quién escribió en el alba esa palabra

la noche de San Juan.


 

8

 

¡Qué lentitud de sol entre tu pelo!

La tarde en clavelinas se esfumaba

formando un ramo dócil en tu mano.

¡Qué duce la palabra

en la oquedad del valle solitario!


 

9

 

¿Qué más da

si la aguja en la alameda blanca

escribe en nuestra piel

una historia pasada?

¿Qué más da si el invierno

nos encuentra desnudos,

sin manta, pero con un beso?

¿Qué más da si al andar

un tacón te traiciona,

pero tienes mi brazo

o, si esperas la luna

aunque esa noche llueve,

pero vemos llover?

¿Qué más da, como decía ella,

alondra o ruiseñor,

si ya es el alba

y canta un gallo de Japón

en la mesilla nuestra?


 

10

 

En plomizas mañanas

y en remansos de estío,

el viento y las aulagas

corriendo los caminos.

Soñar una barquita

hacia el océano, bogar

sin mirar las orillas

de aquel río.

Tu imagen ya nublada

entre los remos.

Hacia el silencio hondo

nos vamos recelando.

Pero entonces…,

¡cómo peinaba el viento

tus cabellos y el sol

cómo los doraba

junto a un río arbolado

a la orilla del júbilo!

 






 

ENCUENTROS SILENCIOSOS

 

 

Primero

 

Y ciñe la tarde

con ladrones ojos.

Rodea su lugar

con los jadeos ávidos.

Panorama de bronce. Irrefrenable

levanta la marea

y al acoso de prendas

desliza sus espías.

Sabueso innoble,

rabioso entre laurel,

asegura la cala, el escondite.

Una imagen de sol en el granito.

Entre el mar y la roca,

Hacia el laurel y el beso

De ilusión, se le fuga

La vida prendida a la mirada.


 

Segundo

 

Más sol cayó sobre otro cuerpo

oscuro, más lengua

prodigiosa, vanguardia y torre.

Sobre aquel foso oscuro el puente

se tendía, diente con diente amando,

puñal contra puñal hiriendo.

El rosa con el rosa se encontraba:

saetas por las dunas, caballos

desbocados, ejército y ejército

cobrando sus victorias.

Solo el cuerpo del viento con del cuerpo.

Hacia el mar las arenas se tendían.

Solo el labio del viento sobre el labio.

Corrían las aulagas las laderas

al horadar el viento entre las dunas.


 

Tercero

 

Es en la primavera.

El río baja turbio

con un olor de manos invisibles.

De un rumor intenso

el sinuoso atardecer, cuando en el aire

se perfilan los álamos.

Es una vieja historia que viene

a derretirse en el otoño,

pero esta tarde, llena

de miradas furtivas,

persigue una emoción adusta,

porque al borde fue de la caricia

una mano anclada en el deseo.


 

Cuarto

 

Entre los chopos, preso,

de un regreso inseguro

queda el río

como crines de llanto

que reconstruyen cuerpos.

No en la alameda blanca,

al silbido,

en el sol se encontraron y en la arena.


 

Quinto

 

A la ronda los ojos

se complacen. Se encuentran

en la intriga. No pregonan

el acuerdo callado:

oscuras complacencias anteponen.


 

Sexto

 

Acabada la lluvia,

cuando más amarilla era la luz

sobre los fondos grises en la esquina

detenía su forma otra esperanza.

Luego se apresuró a los ojos.

Si vieron o no quisieron ver

tras el silencio…

¡Por un encuentro sordo media vida!

Giró en la bocacalle a la redonda.

Mordida la manzana, como el agua

se había evaporado.


 

Séptimo

 

Fue en un martes de agosto

socorrido de nubes en piruetas.

Los árboles agitan farolillos

rojos al trasluz.

Al rompeolas van los corazones:

organdíes, flautas, lentejuelas,

abundante de miel en suparquía,

y vaporosos lagos de espuma levantisca,

con alas, con álamos y lenguas de recuerdo,

con cenefas de sombra cabalgando

los muros y azulejos,

se desplomó sombrío

en un cafeto agreste.

La pascua solitaria

al fin del Ramadán

prepara velos y tambores. Se rodea

de afeites y sorbetes. No la conocía.

Y grazna a los vientos

la desazón sin manto en el cielo cobrizo.

¡Una hijuela de amor

se te quebró en las manos

esa tarde!


 

Octavo

 

Se guarda entre sabinas,

el cañaveral lo esconde:

secreto en una hoguera perfumada.

Dejaron el placer

sobre la tierra:

los ojos van a verlo,

los ojos lo persiguen.

Huyeron cada uno por su lado.

No se dijeron hola,

no se dijeron gracias.

Junto al río y al mar se reproducen

secretos en hogueras perfumadas.

 


 

Noveno

 

De hierba era a orilla,

más profundo el silencio. Nada caía

a disolver espejos. Fue haciéndose  perfecto

el salvaje abrazo de las aguas.

Estaba triste para lidiar la tarde

el verderón ambiguo, agrio

para horadar la brisa

y su discurso. Conservaba la arena

las huellas familiares

y el rincón de los chopos

parecía irisado de esperas clandestinas.

Como en hoces se agobia

el pensamiento junto al río,

como en acartonados valles.

Hay nubes emisarias, andadoras

nubes que de lejos

emborronan remansos

con verdosos enigmas,

con lluvias torrenciales.

El murmullo apagado de los sauces,

la sensación pasmosa de estar solo,

las nubes agrietaban

cargadas de ceniza.

 


 

Diez

 

La llave está en silencios contagiados,

en sortilegios vagos que viajan por los ojos

como estrellas fugaces

a través de caminos diáfanos a mediodía.

Luminarias vivas que cruzan el aire

celebrando el azul purísimo.

Se presiente la calma inmaculada

que rasga el aria de la alondra

y todo se resume en la lejana cinta

ribereña que presagia

una fluyente huida.

Se ha llenado de celo la mañana.

Las arenas templadas

le dieron cuerpo al cuerpo

en clave de emoción distinta.

Escalaron los olmos por el viento

y las manos buscaron un lugar en la arena.

El azul jubiloso

disolvió las palabras iniciadas

cuando un sabor extraño a madreselva

se amilano en los labios para siempre.

 

Publicado en la antología Todos de etiqueta,

Valladolid, 1986


 

 

MAIS SÍ

 

                               Os conjuro, hijas de Jerusalén

                                         que si encontráis a mi amado,

                                         le digáis que desfallezco de amor.

(Cantar de los cantares)

 

 

1

 

Cómo diría

que cien gacelas jóvenes

se asoman a sus ojos.

O que el mar no es azul

cuando abate sus párpados.

Cómo diría que una playa de luz

se extiende por su cuerpo,

si en los riscos oscuros de su piel

anidan los deseos.

Cómo hablaría del licor perfumado

de su boca, si su lengua

tan dulce enredadera.

 


 

2

 

Sobre aulagas hirientes,

sobre el colmillo agudo del cocodrilo ciego,

sobre ascuas coloradas,

sobre agujas de hielo de confines antárticos,

yo bajo su cuerpo sea,

bajo su voz como la dalia oscura,

bajo la tibia luz de sus ojos australes,

bajo el Sahara ardiente de sus labios.

Lo suave de su vientre

contra todo el dolor desvanecido

y el mundo se derrame por la arena.


 

 

3

 

¿Quién le dará el calor que quiero darle?

¿y los núbiles besos que alcanzar no puedo

quién me roba en la noche?

Una horca de penas para el ladrón callado,

una sierra de hielo,

un mar de jaramagos.

Y en sus manos la muerte,

una muerte muy negra,

negra como mi vida.


 

4

 

Limpio el sendero todo de piedras y de cardos,

de tojos de calambre, que no acosen su pie.

Dejo que arda la lumbre y me quemo

en las brasas, creyendo oír su paso.

Y perfumo las sábanas con fragancia de besos

y voy a los cristales que la noche golpea.

Y busco en el camino una huella reciente.

Y me cuento una historia de fantasmas y lobos.


 

5

 

Los dioses le otorgaron

bellos ojos de tigre para su piel del Líbano,

ojos de loto tristes para mi sangre sola.

¿Quién no se anularía en esos ojos?

Luna de oriente mórbida aireando un deseo.

Luna marina húmeda de salinos sollozos.

Si una lluvia de luna me adamara los párpados.


 

6

 

Lágrimas de incienso por ese vello suyo.

Se derrite en su espalda el sol emocionado.

Por su cadera estrecha un esturión desova.

Bebería la muerte del cristal de su ingle.

Pero el alba sonora

no acogerá su aliento entre mis lienzos,

ni sus ojos dormidos soñarán con mis labios.

¿Qué colcha cubrirá su pie desnudo?

¿Qué almohada las perlas de su frente

recibirá callada?


 

7

 

Tímidamente mira cuando paso a su lado.

Si supiera que entonces el alba me clarea,

si supiera que el cielo es esa estrecha franja

que separa sus muslos,

si supiera que vendería la eternidad

a costa de, apenas, un segundo

del silencio redondo de sus ojos,

del calor fugaz de su sonrisa.

Me abrasaré en miradas que miran tan lejanas

y en las noches tendré nostalgia de mis sueños.


 

 

8

 

Esta tarde de enero

el viejo azar ondea en los visillos.

Marco olvido un instante con su dedo de lujo

y se abanica el viento ahogándose a sí mismo.

Este enero marchito y jadeante y sordo.


 

9

 

Se me figure un punto donde pueda encontrarse

como aquella otra noche en que estaba tan solo.

Errante como un barco por los puertos del mundo,

borracho de dolores, espejando unos labios.

Y emputecido todo de tanto amor llagado

-irisado el cabello del aire evanescente-

se me rendía al beso como la espuma al agua.

Lamía el mar la arena con olas de deseo

y del placer bebían las estrellas paganas.

Mas se filtrara un aire sangrante por el muro

y un lúcido candil testificara

la soledad inmensa del mundo ante mis ojos.


 

10

 

Beba conmigo ausente de su copa.

Que su silla vacía me emborrache su ausencia.

¿Dónde la luna acalla sus engaños?

¡Beba conmigo ausente de su copa

tanta felicidad…, sobre imposible!

 


 

11

   

Remando en el recuerdo

entrego mi sudor a la luz roja y única.

Como ola

me lanza el viento amigo a extrañas latitudes.

Con burbujas de remo liberado

gira la barca y voy

remando en el recuerdo.


 

CUANDO CIERRA EL VIAJE


 

1

 

La brisa larga, suave

que la marisma besa

me lame barlovento.

La nave marcha en paz

y canta el marinero

 


 

2

 

Y bajamos al mar de las gaviotas.

Tú rozabas la piel de las sirenas.

Yo cantaba canciones

de amores imposibles.

Era dulce nadar en las espumas

a playas con el sur hospitalarias.

 


 

3

 

Fue aquel atardecer

con pájaros dormidos en el viento.

Entre sonrisas tuyas

el viento llevaba manzanilla.

Del otro lado ellos sobre menta.

Persiguiendo los pasos, cariñosa,

la Tula en el camino

reconocía cuerpos en el aire.

 


 

4

 

Melide se hizo tierna.

Del fondo de eucaliptos

nos llegaron canciones

y resplandor de hogueras.

La voz ronca del mar

bebía los suspiros,

cuando linternas bobas

lindaron con los besos.

 


 

5

 

Se algodonó la ola

en otro cuerpo

dorado como hermoso.

En el mío la sangre se escapaba

contra la roca viva.

Yo quería sentir como la arena

las manos espumosas del amante,

pero pintó de rojo mi costado.


 

6

 

Por nidos de gavinas

fue el amor.

A la redonda mar

y prodigiosas alas

navegando en el viento. Abajo

rompían las espumas

sus enaguas azules

de apuntillados bordes,

con sonrisa de algas,

halagando labios de sirenas.

 


 

7

 

Fugándose dorada la silueta

en lasitud perenne, recostada,

divina como el mar,

junto a la gruta de musgos acolchados,

contenida en nacarados, tibios resplandores,

fugándose… Y el sol

enamorado la sumerge

en el sueño pesado del océano.

 


 

8

Como buque fantasma

rastreado en la niebla

-un tanteo de mástiles y jarcias-

buscábanse los ojos.

Huidizos los suyos con la brisa.

Por la ensenada, lenta,

regresaba la bruma

y un faro iluminaba sobre el mar

las llagas de la noche,

 


 

9

 

Desovillado el viento

en remolinos sobre

rocas eternas rema

en la niebla. Estorba

la prisa de los ojos

amantes. Cruza

el brazo de la isla.

Nubla y arranca hebras de gaviotas

gigantes al norte.

Está en el fin del mundo

Y el sosiego.

 


 

10

 

Las amarras del mar

Escapan por la espuma

a su zarpazo

y el corazón se incrusta

en escarpadas olas.

En el lecho del monte

Se destruyen las flores

Que un niño recogió

Hará mil años en agosto.

 

 

 

 

 

 


 

REGRESO A ONS

 

Regresarás a Ons en el soplo ligero

de un labio que horada inmensidades.

Partidos los espesos recintos del recuerdo.

Anunciarán los pasos

de cierto amor marino

las caracolas dóciles del día.

En la alfombra del norte

lanzarás tu simbad, como un niño,

rumbo al margen, sea azul, sea rojo,

sea dorado

en las crines de niebla de Ons maravillosa.

 

       En su barcaza verde otro Caronte

te enfilará a la isla

en un rito dulcísimo

de iniciación solemne.

-Prometo amarte, Ons,

en una sobredosis

que marcará mi vida para siempre.

Y desplegaste el trapo como nunca,

desliabas el cabo del noray

cabizbajo. De proa recogías

una nortada limpia de gaviotas

y una neblina azul, como una orquídea

hacia lejana pulsación remota.

Y por fin encaramas

en el muelle granítico tu huella emancipada.

Sin dudarlo lo pisas.

Estás tú solo en ella,

con ella siempre,

Ons.

 

Bienaventurado tú, viajero,

que alcanzaste la isla sin óbolo y sin miel,

en una verde barca marinera.

Atrás queda Leteo.

Regresarás a Ons, raptarás el olvido

y la marola

refrescará tu frente.

Presiento la alegría

al entender susurros en las olas

o en el amor que arde entre eucaliptos,

como pañuelos que agitan hacia el sur las manos invisibles.

La paz está contigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario