EPISTOLIO*
(1994)
Félix Hormiga, editor del primer Epistolio de tres poemas
con un grabado de Rufina Santana, lo utilizó para sustituir el término
epistolario.
El carácter poco protocolario
de estas cartas me indujo a preferir yo también ese vocablo.
Son todos los efectos que padezco
un solo afecto igual siempre a sí mismo
con que siempre asimismo permanezco.
JUAN DE TASSIS
A MARIA LUISA, APODADA
FAMILIARMENTE NINÍ
No he
callado tu nombre y, sin embargo,
en Nueva York ignoran que existimos.
Nosotros, claro está, nos hallamos ajenos
también a muchas cosas:
al chico que conduce el taxi treinta y siete
en las calles de Abidjam, por ejemplo.
No somos triunfadores:
pagamos a crédito la casa,
los plazos de un volkswagen sin ahogos
y confortablemente disponemos la danza inexcusable
con un ajuar muy pobre, de abalorios.
Por la tele no dan nuestros secretos
ni alardea la prensa de habernos capturado
en un paso de apuro licencioso.
Andamos como muchos. Nos conocen
los amigos a quienes conocemos.
Tampoco en Nueva York saben que existen.
Aquel botones rubio con aire de chicano
ha olvidado que Rosa perdió el avión con llanto
cuando fue de turismo.
Desde luego que Rosa desconoce también al inquilino
del número dos, cuarto derecha, de la Wilhem Strasse de
Friburgo
y el dolorcillo ácido que mina su costado.
Nuestros pobres amigos andan como nosotros.
Hay artistas entre ellos de quien nadie comenta
si pintan o almidonan lienzo prefabricado.
También tienen amigos que cenan la tortilla cabalmente.
Alguno a Nicaragua fue a redimir la culpa
de un mundo que le pesa
y allá habrá hecho amigos, de quienes no sabemos
el nombre, el apellido ni si viven felices
en una casa rosa.
Quizás en Nueva York, de paso y fatalmente,
haya salido alguno apenas un momento
en un canal de tele de gran definición.
Hay quien frecuenta, entre ellos, a la gente que cena en
las
revistas,
pero estoy bien seguro de que Lu-shi, aquel tendero
que nos vendió en Tien-tsin una cajita
de laca con anémonas rojas dibujadas,
vive ajeno a esa corte que frecuenta Marbella.
A UN AMIGO NARRÁNDOLE
UNA VISITA A VENECIA
Una turba
asfixiada asaltamos Venecia
un miércoles de agosto.
Todo era impresionante: los húmedos palacios,
las iglesias magníficas clavadas en la arena hace ya siglos,
el olorcillo pútrido de los bajos en ruina que sugería
historia
a toneladas, los canales…, verdosos.
Ante un esbelto puente que llaman de los Suspiros
intentamos hacernos una foto
a codazos, entre una multitud de japoneses
cargados con su cámara automática. Fue imposible.
Y en la famosa plaza tomada por palomas a las que por
mil liras
puedes alimentar inmortalmente, asistimos
cansados a una explicación bastante bizantina.
Mientras, el campanil tocaba las doce campanadas
y orquestas de violines se amparaban muy lánguidas
bajo los blancos toldos de las cafeterías.
La multitud por grupos seguía muy de cerca
paraguas bien visibles.
Es curiosa Venecia. Se hunde…
No es de extrañar; soporta el peso abrumador de tantos
visitantes
adictos a la cajita oscura, a los sostenes vistos y a
pantalones
cortos, por descontado, al arte y a los besos.
Un gondolero viejo, socarrón y chistoso, con uniforme
a rayas,
nos ofreció su tiempo, tan áureo como breve,
mientras bruñía el charolado negro de su nave.
Había mercaderes a cientos con sus puestos, vendiendo
en marmolina a Michelangelo y ahítos de Murano
fabricado en Hong Kong seguramente,
y muchas baratijas de precios alarmantes;
otros más recoletos, hacinados en cuévanos lujosos,
ostentaban objetos antiguos y muy caros.
Es curiosa
Venecia… A poetas geniales
inspiró en otros tiempos
y aún en los cercanos sigue siendo aquel símbolo
obviamente romántico.
A Byron lo atestigua una placa de mármol
clavada en un palacio del Gran Canal magnífico.
Parejas italianas bastante mal vestidas,
las menos, desde luego,
atraviesan los puentes cogidas de la mano
y miran arrobadas el bello atardecer en La Laguna.
Otras, de Boston frío, homosexuales ellos,
eruditos en Pound muy fugazmente,
rellenan sus postales
en un café discreto de recoleta plaza;
seguramente escriben a sus otros amigos de Sidney,
San Francisco, incluso de Toronto.
Es curiosa
Venecia, ciudad de mercaderes
que hoy revenden la herencia de sus abuelos ricos,
ciudad venida a menos en su ciénaga propia.
La caca de paloma se almacena en San Marcos muy deprisa.
Seguramente pronto algún alcalde listo
la embarcará hacia Chile como abono.
CARTA PARA EL GENIO
DEL ARPA
Cuánta nota dormía en sus cuerdas…
G.A.
Bécquer
Si una vez, por la tarde, te detienes
a observar cómo el sol cae, apenas sostenido
por nubes aduaneras de la noche
y contigo el amor, la certidumbre
de los días, la paz o la nostalgia…
Si acaso te sorprende una gaviota
fluvial rasgando el fronterizo espejo
de ese río que olvida fácilmente
encerrado en añil a última hora
y el aire se te pone muy hermoso;
o si vienen bandadas de tordos en invierno
y escarban el sembrado entre bruma
y los ves tan callado que no aciertas
a escoger la palabra preferida,
mientras se van volando…
¿cómo sabré qué?
¿Cómo sabré que piensas
los alcohólicos viernes y los miércoles cómplices
junto a telediarios sobornados
o agobiando de “enter” y Piaget las horas muertas?
¿Cómo sabré qué sientes si bebes “ginger-ale”,
cuando hace frío o llueve lluvia ácida
y el vendedor de helados se ha marchado?
¿Cómo sabré que vives
después de una resaca torbellino
un jueves de tormenta o una noche de acoso?
No suplantan los gestos la voz clara.
Más humana se enreda en otras voces.
Y si no sé qué piensas, qué sientes y qué vives,
el silencio me embaucará con sueños de mí mismo
que no son de verdad ni son mentira,
fabricaré con química palabras
más o menos asépticas, hirviendo los fonemas en claves
ajustadas;
la soledad me robará la carne
y se me irá quedando el esqueleto
calizo sin el hombre, untado con palabras.
Porque yo he de saber que no estoy solo
ni en el hambre cruel del desaliento
ni en el hechizo lúcido de la luna dorada
ni en el salobre beso que se esconde en la duna,
que no soy solo yo quien pierde el tiempo
o quien lo gana
devanando las horas en palmeras
sin más explicación que la sangre sitiada.
No puede prosperar el pensamiento
en la pureza noble de los gestos;
en el estiércol, sí, de la palabra ajena
contaminado y pútrido, donde nace la propia.
Y más que nunca, ahora,
cuando la piel empieza a no adornarme,
cuando la noche muerde los tobillos
y ya no es un trajín, sino manta caliente,
inminencia o soborno;
ahora que los vasos no envenenan
con redes de coñac tejidas de deseos,
necesito de voces que me hablen,
necesito sabe, estar al tanto,
claudicar en los otros de mí mismo,
acusarme de prójimo para sentirme amado
oblicuamente, al menos;
nacer inmenso del otro y humanísimo.
CARTA PARA UN AMIGO DE
LA INFANCIA
Al cabo de los años he sabido
que la infancia se dobla como un traje,
se guarda en un baúl alcanforado,
se airea en primavera
y poco a poco las ropas superpuestas,
las colchas olvidadas, los disfraces
la van dejando al fondo y en invierno
coge un tufo a humedad siniestro y triste.
Es todo natural y sin malicia.
Allá se van afectos y personas
que se hicieron muy grandes o pequeñas,
a las que amamos mucho y nos amaron.
De vez en cuando, luego, si no han muerto,
Volvemos a encontrarnos. Todos juntos
cenamos en memoria de otros tiempos,
acallando miserias adquiridas, ocultando los miedos,
camaradas de insomnios y trabajo,
con chistes ingeniosos y aporías,
con la vieja prudencia sonriente de estoicos o de curas.
Nos hicimos mayores una tarde
y sin saberlo a ciencia cierta dimos
con los huesos trabados en la torpe
y serena vileza de la excusa.
Nuestras voces que fueron confidencia
de amores juveniles, de deseo tapado,
de cartas abrasadas en pasiones vivísimas,
de ambiciones también,
se han tornado mustias y vulgares,
pasean con cuidado por lugares comunes
y prefieren allar,
estar en guardia.
Ya ves, querido amigo,
me pongo en el lugar que yo te pongo
y acepto el juego sucio de los tiempos.
No debo recordar. Hay otros intereses y renuncio
a revivir detalles que conmueven, a contrastar los rostros
que antaño conocíamos, por si acaso los amo
nuevamente.
he de pensar ahora en la cartera sin alma ni fortuna,
en el rostro azulado del príncipe Felipe,
en la letra del Golf que vence por noviembre,
en la tos de Javier, que es tan pequeño, en el mañana, sí,
en cómo hacer amigos que me sirvan, tejiendo promociones.
¡Los nuevos intereses! Han caído en desuso las palabras,
la emoción en desuso, los altares
aquellos donde la fe vivía.
La trampa del futuro fugitivo
Me embauca ya el pasado y lo pospone.
Ya ves, querido amigo, bien mayor soy ahora. Me han
crecido
los lomos y el vientre no es escudo
sino redonda paz “bien abastada”
de un dorado pasar bien aburrido.
No puedo repudiarme, sin embargo.
Declaro que vivimos
y que el mundo era azul y descubríamos
la risa en las paredes, el cuerpo sin medida,
la avenida de chicas procelosa, el Trinaranjus frío.
Nuestra fue la pasión.
¿Nuestro es el día?
Si pudiéramos zurcir con aquel tiempo las redes del
desánimo,
la constante y secreta labor de la polilla.
Si volviera a escocer en la emoción tan maltratada
la llaga de un destino sin retorno.
EPÍSTOLA GUARDADA PARA
EL POETA MISMO
“Huyó lo que era firme y solamente
lo fugitivo permanece y dura.”
Francisco de Quevedo
Hace ya tiempo, amigo, cuando creció la niebla y
guardabas
invierno
junto a la mano helada con cromos y pelusas y epopeyas
magníficas
que un profesor severo te narraba entre escarcha
y en tus ojos un río fabricado con álamos
tan tristes, tan desnudos, se iba hacia la mar desconocida,
no sabías que el destino era turbio y escamoso.
De la ciudad antigua mirabas la muralla vacía de vencejos
y la bruma horadando las cosas y sus nombres anclados.
Tanta realidad emancipada del sueño de los otros no era
tuya,
si la emoción, siquiera. Sentías el estómago
izado como vela hacia un puerto remoto
y aunabas a secretos un “dulce lamentar” de versos tristes.
Has de reconocerlo, sin embargo, la emoción no era tuya.
Ignorabas aún que los días se agotan cansados de sí
mismos
y sudan la nostalgia en una audaz carrera con misterios
plagados
de músculos de Cristo fieramente desnudo
y el corto pantalón se descosía por el bajo zurcido
y a las diez era tarde, adverbio prematuro, pero no lo
sabías.
Y es que nada sabías, porque no sabe el niño
que el tiempo es un tahúr de gesto estático y trampa
meditada.
Pagabas la hipoteca de la infancia y no era tuyo el gusto
ni el dinero ni el jersey de las fiestas ni el rito de la
misa
ni el peón ni los viernes
ni el camarada muerto en una guerra antigua ni el caralsol
cantado
en los pasillos ocres de aquella escuela pública.
Hoy sabes ya que eres propietario y que pagas impuestos
y que a menudo votas a notables políticos
hastiados de sí mismos
con libertad sin tacha.
Has comprobado in situ,
no en el abuelo muerto,
en tu rostro arrugado,
que un viernes y otro viernes, hasta que llega el último,
hacen la vida buena. Has capturado el tiempo. Lo sabes
cabalmente
y el destino, pues eso…, se derrama, pero sigue en el vaso.
Incluso la emoción la consideras tuya, bien sujeta a
palabras
convenidas por otros, pero en el orden, tuya.
Ahora ya lo sabes: el tabaco es dañino, la república
redes
de asuntos comerciales, el mar
esa masa inocente de agua salitrosa
y el Zaire, aquel estado que fuera de los belgas.
La prensa se empecina en hacerte aprender más palabras
que nunca
y haces tuya mucha realidad y participas
de un sueño colectivo que envilece y ofusca.
Te retiras los viernes más temprano
y el domingo hay un feroz hastío de las cosas
rozando cada mueble. Las lámparas se encienden cuando
se va la
tarde
y la noche insinúa su gesto avergonzada.
Hace ya tiempo, amigo, las semanas se escudan en los
días,
los días en las horas, las horas en los siglos.
La historia se disuelve como azúcar en el café cargado de
las tardes.
Finalmente, un poco acobardado te atreves a decir
que el destino no existe, solo aquel río turbio
de peces escamosos sin más finalidad que el mar inmenso.
EPÍSTOLA A LOS DEMIURGOS DE LA VIDA
Pero vida…, no cabe en un periódico
ni todos los periódicos del mundo
podrían alojar la vida en diez mil años.
Vive en la periferia de la letra,
en los ámbitos grises no creados,
en ese yo difuso que no puede ser yo,
en el hueco que deja lo que existe de pronto
o en esa mancha húmeda del nunca irreductible.
La vida no es noticia,
no es una anomalía cotidiana.
Por más espejos cóncavos , convexos
o pulcramente planos que le pongan,
no refleja su imagen en la luna
ese fantasma añoso e insaciable
que esconden los espacios biselados.
¡Si un reportero gráfico pudiera
robarle una instantánea a esa señora
o una agencia de prensa
lograra trasladar en fax tan velozmente
la sensación del viento en la piel de los niños,
el temor del acecho de la hoja que cruje
por los cautos caminos del deseo,
o la fugaz visión de un asceta en los astros!
Pueden con su despótico lenguaje
tacharme para siempre de afectado y fingido.
Tacharme…, ya lo han hecho, pero sigo a lo mío.
Los poetas románticos la persiguieron siempre
con aquella pasión premeditada
entre la niebla oscura
y solo capturaron retazos de sí mismos.
Sin duda, también yo fracaso en el intento:
no acierto a descubrir la voz ejecutiva.
Si existiera lenguaje solo-alma,
pero ya lo sabemos, la palabra es infiel
y libre, como el hombre.
Su sonido, ese cauce en crecida o estiaje.
La historia que se cuenta en los diarios
es almacén de datos y embelecos,
y no por la inocencia de los pinos
que teje los papeles.
La historia de la vida no es historia,
es soborno de insomnios y cansancio,
un más allá que llega en aventura
y en una escoba mágica te alcanza,
mientras tecleas letras de asuntos financieros
o te mueres de viejo rabiando como un niño.
CARTA A LOS POETAS
Han abierto la veda de las rosas,
esas flores que se ajan enseguida
y, dicen, son más bellas en otoño.
La rosa de verdad no es ejercicio
ni espléndida orea en campo abierto;
en el rosal silvestre ejerce de comadre
y atrae a las abejas por su polen divino.
Otro cultivo audaz nos la hermosea
¿En cuánto más el fraude o la añagaza
sufriremos ecuánimes?
¿Hay engaño en las hojas amarillas que desarma
noviembre?
¿Y la reinserción primaveral en un vivero
no es más argucia de político astuto
que asunto de la savia?
Palabras son palabras solamente,
Aunque, a veces, la magia las recrea
al frotar sus latidos en la vida.
No conozco consejos ni fabrico proclamas:
Ando poco sobrado de voz y manifiestos. Además
¿quién escucha- decid- en la noche profunda
este viejo “tantán” de tiempo fugitivo?
Pero ¿puedo creer que esté tan solo,
Que no exista un oído entre lo oscuro?
¿Un tímpano que acepte la vibración humana?
Más tarde o más temprano, nacerá nuestra rosa,
muy pobre y muy vulgar y deslucida,
una rosa salvaje.
En estas horas turbias, mientras tanto,
particular jardín se ofrece el monte.
La era comunal donde veíamos,
dulzaina y charanguita,
bailar antaño al hombre
ha sido clausurada
y a la noche le embargan sus fantasmas
en un júbilo débil que engrilla las conciencias.
¿Qué nos queda a los topos sino el día,
ese día escondido de sol encapotado,
ese día de abejas que promete la rosa?
AL HOMBRE FELIZ
(De paso, a Maribel Samperio)
A
quienquiera que ve feliz sus días en la tierra
y acepta el desamparo de esos otros
de ausencia inevitable,
si existe, si está ahí, si me está oyendo,
le remito estas líneas por si acaso
quiere darme respuesta por correo.
¿Hay fórmulas, amigo, de la dicha,
operaciones financieras
de rédito redondo en que percibas
sin servidumbre o sombra,
un dividendo en tiempo de esplendor en los ojos,
o estamos condenados al fracaso
de cero en el haber sin vuelta de hoja?
De niño me
leían una historia
en torno a cierto rey que enfermaba de hastío.
Visitado por sabios, sólo uno
recomendó el remedio verdadero.
“Has de vestir –le dijo- en carne propia
la camisa de un hombre que por feliz se tenga”.
Ni que decirse tiene que fue una empresa ardua
encontrar el prodigio, pero la tierra es grande
y tan poblada,
que, al fin, sus emisarios toparon con el hombre.
Lo encontraron desnudo
y apenas unas cañas componían su choza.
¿Qué fue del rey aquel? No nos lo dice el cuento.
Seguramente un túmulo acogió su tristeza
y acalló para siempre
toda desesperanza.
Pero la vida sigue, sentenciamos,
y seguimos los hombres
redescubriendo siempre el borde de la dicha.
Algunos nos hablaron de renuncia,
de desahuciar la carne como a inquilino pobre
y amancebarla a solas con la muerte
desalojando al hombre del hombre que lo vive.
Incluso aseguraban que la vida
era trampa divina para templar los ánimos de acero.
Otro más cariñoso
nos prometía un reino
emancipado
donde un papá estupendo nos amaba
y era perfecto y tal… Y desvalido
completó su agonía en un madero.
En este
regresar continuo hacia la nada,
he podido escuchar la noche más hermosa
y mis ojos me asisten: desde dentro conocen, no limitan;
hacia fuera se dan con entusiasmo.
Avanzarán las horas en lenta retirada
y habré de refugiarme entre los verdes húmedos
del íntimo jardín
cuando decrezca el tiempo hacia la tarde.
Y entonces buenamente
llegue a entender, a solas, sin saldo ni consejo,
que era la dicha estar y no otra cosa.
AL POETA TOMÁS SÁNCHEZ
DESDE EL ACOGIMIENTO
ATLÁNTICO
Las
ciudades, Tomás, y sobre todo aquellas
que envolvieron en niebla nuestra infancia,
dejan huellas recónditas incluso en quienes fueron
muy poco complacientes con su historia
y amaron vivir la carretera.
En los
ratos perdidos,
cuando se hace severo el peso de los días,
nos hallamos confusos y creemos
que nuestro yo borroso y polvoriento
sigue cercado allí,
entre sus muros tercos, sus conventos inhábiles,
las plazuelas nodrizas y los bares.
Y los besos que dimos
bajo las frondas frescas de estivales paseos,
arropados de abrazos ocultos y amorosos,
se allegan a nosotros y alumbran con nostalgia
la incertidumbre ardiente de la carne.
Sabemos que hace tiempo su puente quedó atrás:
los remolinos ávidos del río,
las sonoras azudas, las aceñas…
El cabañal antiguo, tantas torres
que dijeron adiós al día, sin torzal
ataron, sin embargo, la memoria.
Que había vecindario no es incierto pero dime
Quién nos espera, Tomás. ¿Quién nos espera,
Si han seguido las horas a las gentes
y los hombres acuden solícitos a sus obligaciones?
Con naturalidad nos nombra forasteros
Quien se topa en sus calles con el presente nuestro que
enajenó los ojos.
Respiramos marinos aires raros,
La comida diaria en nuestra mesa
Creció en campos insólitos
Y olemos a olores diferentes.
Por si esto fuera poco, los días nos añeja en otras
latitudes
y los rostros heridos desmienten la costumbre.
Nosotros,
que no somos los mismos,
como nadie es igual a lo que era,
confiamos en gratas
bienvenidas; y al regreso sentimos
que el hueco que habitamos ya no existe.
La ciudad se defiende ante nuestra mudanza
y acuña en tal ausencia
una moneda nueva con efigie de olvido.
Allá en el Mato Grosso, el mundo de la gente,
ya lo sabes,
era la sola tribu y en ella se explicaba
y resumía el ser y su existencia.
En fin, ¿quién se interesa
por que el mundo no se acabe
donde no halla el remedio de sus horas?
Y, mira, bien pensado, nadie que viaje al Hades,
recibirá al regreso albricias de los vivos.
Para todos la vida es alfarera.
El mar gesta marinos marineros
y la ciudad encierra a ciudadanos.
EPÍSTOLA A ENRIQUE
DESDE EL MÁS ACÁ
Los castaños sin niebla, diciembre, tan desnudos.
Han batido la puerta las horas en retirada.
Por La Cumbre han ahorcado las nubes camineras
la audaz geometría del azul infinito.
El pueblo escribe puntos en la calle y apartes de luz
triste.
Están todos aquí, tú solo faltas.
En la rodada cuesta, sobre el silencio verde del camino,
ya no sabiendo si contigo, a la vida tan fiel menos ahora
o sin ti,
detrás vamos cabales. Como siempre,
también a tal cuestión firme respuesta hallaste tú
primero.
Se sometió el paisaje como una hurtada hembra.
No te extraña. Suavemente te acepta y nos desvela.
Tú, paisaje. Quizá nuestra vigilia requiera explicaciones.
Nos las vas a negar con tu reposo extraño.
La soledad te acusa muy bajito de este equilibrio roto.
En baza anticipada te jugaste a una carta esta
Contradicción de seguir vivos.
¿Con qué razón ahora y en qué orden
de amor clarividente se abrirán por tu carne las palabras?
Más tarde aprenderemos a negarnos sin trampa la
tristeza
o acaso hasta la noche este nudo de muerte en el
estómago habremos de arrastrar
sin armisticio.
Al socaire de luto, la nostalgia de ti bien aprendida
con dos camelias negras de bolero y tangos inservibles
recorrerá la noche de
mostrador en mostrado.
Sin un tatuaje errante el asma portuaria será otro caso
clínico.
En clave bien urdida, sin embargo, la poética ruin
descangallada
y el tiempo ya tangente de la pasión estática te volverán al
canto.
¡No te extrañe el paisaje, ningún paisaje nunca!
Ni este que cubre ahora nuestro paso ni aquel tan
prodigioso de los mitos cantados. ¡Ni nosotros!
Tú mismo, ya raíz hincada en tierra,
Los pies hacia el oriente, el grande oriente aquel con que
soñabas.
CARTA TRISTE PARA EL
AMOR
Se consumía el día en abandono y alma,
y en tensiones la carne por hélices revuelta:
desde el alba hasta Venus
evidenciaba el cuerpo un orgullo de amo
y el duermevela en la piel salina
operaba universos de entusiasmo gimiente.
Asolaba el deseo tangencia cotidiana,
romería de mayo y alboroto,
lengua sedienta de una sed insaciable
Sobornada con besos, con la palabra, herida.
A los ojos ajenos acudían los ojos
Porque reafirmaban el rostro contemplado
y el mundo estaba allí y estaba todo.
Nos ahorramos entonces miserias y quincalla
para tardes más tibias de sauces y ceniza.
Gastábamos la herencia de la mañana hermosa
en sobresalto y ascua.
Mas con el tiempo dimos en el cuidado torpe
Y quisimos amarnos en forma de película, cuando ya nos
amábamos;
con un gesto ensayado y voz premeditada
asfixiamos el aire que era puro y doliente.
Halló el amor su espada en la costumbre
y en el querer querer su descabello.
Endulzamos, no obstante, los ratos y las sombras
con un hogar tan cálido
que confortable se llenaba de objetos
bonitos y muy caros, para hacernos felices.
Y la complicidad diaria y tanta noche
y la cesión oblicua de los ojos que miran a otro lado
y el acre filamento de las horas, monocordes arañas ,
invadieron despacio como el sueño penetra
sin arancel ni tasa, un mercado en declive
saturado de género y nula liquidez para intercambios.
Así, la soledad eterna de los hombres
asumía en el par su negación forzada.
Y por fin arribamos a la tarde espesísima
de los sauces amargos;
aquí estamos ahora, tristes como un fracaso,
vendiendo de estraperlo cada día,
muy juntos, sí, en consorcio de paz y gris espera,
rechinando los dientes cuando aúllan los perros,
porque a la luz debemos ser felices
y buscando en la culpa del otro, por supuesto,
la justa y noble causa de tanta ruina propia.
Trabajamos muy duro en este juego
Y el tiempo deja en tablas la parida.
CARTA PARA EL JOVEN
MARIO
Me prestaste tu vida ante un café cargado
para contar tu tiempo en mi palabra.
Trivial era el motivo: Te pedía
cierta universidad para el ingreso
tu historia relatada por escrito.
Fue pretexto tu petición de ayuda
que yo acepté encantado.
Nos vimos a hora diferente.
Daban las cuatro y media en punto, marzo,
de un jueves dieciocho.
En mi reloj la aguja era rutina,
almacén en derribo y usura de prudencia.
En tu muñeca el pulso
marcaba la ambición y el sueño de los días.
Yo contaba con muchas más palabras
para nombrar mi mundo dilatado.
Tú mirabas el mundo sin decirlo.
Envidié tu silencio y desprecié el lenguaje.
Vivíamos en hora diferente.
Daban las cuatro y media en punto
de un jueves dieciocho. Y era marzo.
Bebiste cocacola;
en ancestral café mojé los labios.
Sincronizar relojes no funciona.
Cada tiempo es un tiempo en la palabra,
como cada lugar distinta perspectiva.
Desde tanto pasado en el embargo
me seducía el alma
el cálido clamor de tu futuro.
CARTA PARA EL DISCÍPULO
ÚNICO
Decían que ayer era aprender y yo dudaba.
Me puse a hablar con unos y con otros, ya puedes
figurarte,
entre azumbres de vino y sahumerio:
soñaban las palabras, performaban las sílabas.
Embriagado el cerebro soñó la nada hermosa.
Yo en mi “guetto” dudaba.
Me mostraron sistemas infalibles, función y forma obvia
en espacio probado y un día Melibea
se arrojó por amor desde una torre sin forma y sin
función.
En suelo inmaterial la pasión derramada.
Entoces me contaron extrañas teorías
de gravedad y elípticas, pero yo me sentía
Melibea aplastada de amor contra las losas.
Ya puedes figurarte.
Recibí conferencias, homilías, discursos y latidos de
ausencia.
Me estaban enseñando a creer en el verbo,
continuamente hablaban. Me sentaron al fondo de la
clase.
Luego vino la práctica con que aprender la vida
y salimos al campo: para estudiar tejidos celulares
segábamos el heno brillante de rocío;
era tan fascinante ver la vida segada al microscopio.
Amputamos las patas de una hormiga, la pobre,
Para entender el tema de la articulación.
Segismundo soñaba que la vida era un sueño
y Abrahan en su ambición parecía execrable.
Me adiestraron también en la razón sin trabas,
en revancha acudía a Nietzsche, desmayado.
Y fui desconociéndome, ya puedes figurarte.
Aterrado de olvido, escribí dos poemas en un cuaderno
roto.
Conversé con los muertos por Quevedo incitado en los
ratos perdidos.
Saqué sesgadamente alguna conclusión precipitada:
en su sabiduría, no daban la impresión de conocerse.
Me topé por entonces con un desconocido
que me miró al espejo, que me tentó la carne
y se sintió en mi cuerpo, pero no me conozco.
A veces por la noche le grito sofocado.
Un reloj da las cuatro y yo no está conmigo.
Si pregunto por yo, me describen a uno que coincide
bastante con
aquel del espejo,
pero sigo dudando. ¿Dónde está yo?, insisto.
¿Es posible que anclado en hidratos y lípidos?
Y ¿quién es yo?, cansado susurro en un oído
que escucha como propio.
¿Es que quizá no es nada ese tal que me oye?
Nos convocan a clase; el tiempo nos convoca.
Yo soy ayer en el olvido escrito y ahora debo oficiar en
turno de enseñante.
Es ese yo que habla desde ese yo ignorado.
Repite por un sueldo los sagrados principios
del orden, la retórica, la gramática práctica.
Explica los fonemas con aire de científico
y presume contigo, sin presumirme nunca,
de saber bien sabida la ignorancia de todos.
Entre tantas palabras que solo nos ubican
Con una forma absurda sin función señalada en espacio
probable,
el tiempo me traiciona.
Te contaré un olvido que el ayer me sugiere,
con voz
impronunciable, en gran secreto escrita:
me interpreto a mí mismo con textos repetidos,
un papel tragicómico que me ha tocado en suerte,
que nadie se ha inventado y lo inventaron todos
a través de los siglos.
El hombre yo son ellos en el tiempo del loto.
Ya puedes figurarte el personaje,
qué locura.
CARTA DESCONSOLADA
PARA CONSUELO DE SABIOS
Algunas tardes llegan las noches caudalosas,
Noches de terrorismo desbordado, noches en que traiciona
el hombre
al hombre que lo ocupa; y la carne se amustia y huele a
cieno.
Recordamos entones el descuidado tiempo en que
aprendimos
las burbujas de sol con que juegan las frondas
en las siestas tranquilas de principios de otoño,
un azul moceril por febrero escarchado
y el trepidar de hierba en la ribera limpia que fuera
nuestra
casa.
Hubiéramos tenido que estudiar en la escuela
La ruina de aquel crucificado y sacar conclusiones para
Nuestro
Provecho, si esto fuera posible.
Nos creímos, en cambio, unailusión solícita de redención
Divina
Sin pararnos a ver a un dios amortajado.
Algunas tardes llegan sin remedio
las noches caudalosas. Lo oscuro desbordado en la crecida
anega nuestra huerta, socaba los cimientos de la casa.
La carne se hace miedo y se enturbia el silencio tras la
puerta
con un ruido de pérdida absoluta, de pérdida infinita:
de pérdida de amor construido entre olmos, del amor que
fue amor
hermoso como un niño, mientras fuimos felices,
de la amistad, incluso de la muerte y su amenaza,
que, por decreto unívoco, nos declaraba vivos para un
cosmos.
La carne nos taladra la vida en esas noches y nos escupe
al rostro;
emponzoña los ríos del recuerdo, los lagos plateados
de la aurora
por los que anduvo un dios mirándose a los ojos.
El hombre hiere al hombre en un combate inútil en que
pierden
vencedor y vencido la razón de su triunfo.
Y ya no hay paz posible; solo queda la calma que barruntan
los campos de batalla
donde yacen perdidos para siempre los soldados ajenos al
desfile laureado.
Candamos a esa hora los dientes, simulamos
una presencia del ánimo que huye y tragamos las lágrimas
fallidas,
que luego no podremos verter por nuestra causa con el
valor debido.
No admite compañía la derrota: soledad anticipa plena y
desarbolada.
A veces, con la tarde, llegan noches sin astros y sin luna,
son noches de
arrecifes, noches de callejones cegados por
basura.
Se nos echan encima, como un dolor de muelas. Son
indicios flagrantes
de una insigne victoria perdida de antemano.
CARTA ÚLTIMA AL CANSADO LECTOR
CARTA ÚLTIMA AL CANSADO LECTOR
Mira cómo la
luz tienta y condena
desde octubre a setiembre cada tarde,
cuando se ciñe pronta a horizontes sombríos
o retrasa su júbilo en verano.
Advierte su silencio corrosivo;
al alba apenas un fulgor o nieve ácida
y luego en pleno día abrasadora.
Es agresión y fraude en cada
pájaro, flor, humana boca,
pero solo es la luz, no significa.
Como el rostro de Dios quema la vida.
Después
mira la sombra cómo sube
y llena los rincones. Nada cabe.
Advierte su rumor de insomnio y hombre
que guardó en el mañana su destino.
Contéstame
y concluyo
-entre negras y blancas anda el juego
en el tablero limpio del día y de la noche-
en la partida, al fin,
¿qué ficha queda?
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